Harris y el precipicio de cristal

Harris y el precipicio de cristal

El techo de cristal lució bien brillante en la Convención demócrata. Muchas referencias al freno invisible que obstaculiza el crecimiento profesional de las mujeres y el augurio de Hillary Clinton: Kamala Harris se encargará de romperlo. En un emocionado discurso, quien fuera candidata a la Casa Blanca en 2016 recordó que ella no pudo lograrlo, que se quedó a las puertas de una conquista histórica (pese a haber superado a Trump en tres millones de votos), pero que ahora sí ha llegado el momento de «elevar nuestra nación» y romper la barrera que la democracia estadounidense, para muchos la primera del mundo, no ha franqueado aún. Ninguna mujer ha conseguido presidir Estados Unidos y, aunque podría considerarse una anomalía a estas alturas del siglo XXI, en realidad, no lo es tanto: la ONU reconoce que todavía faltan 300 años para alcanzar la igualdad real.

En cualquier caso, y con esta perspectiva, la cuestión del género se presagia ya como «leit motiv» de la campaña. Habrá más, sin duda, pero pocos tan controvertidos, polémicos y viscerales. Los tentáculos del machismo van a extenderse en los próximos meses electorales: algunos con modos burdos y vulgares, como las lindezas misóginas que el candidato republicano dedica a su rival («incompetente», «desagradable» y «no inteligente», por citar algunos ejemplos), pero hay otros rastros de discriminación menos obvios y más sutiles. Tan sibilinos son que pasan desapercibidos hasta que alguien los detecta y les pone un nombre. Esto fue lo que le ocurrió a la investigadora Michele K. Ryan, de la Universidad de Exeter, al leer en 2004 un artículo en «The Times» que aseguraba que las empresas con más mujeres en puestos de poder tendían a funcionar peor. El dato le sorprendió y comenzó a investigarlo. Concluyó que la estadística, en realidad, tenía su trampa porque las directivas llegaban al poder cuando las circunstancias eran más adversas. Y así conocimos los precipicios de cristal.

Mucho se ha estudiado desde entonces sobre los códigos invisibles de protección masculina, los prejuicios inconscientes o los estereotipos que adjudican a las mujeres una mejor gestión en las crisis (la versión refinada, discúlpenme, de «este marrón te lo comes tú»). Lo perverso es que al acceder a los espacios de poder en los peores momentos las posibilidades de éxito son menores. ¿Les suena? Ahora, es cierto, los demócratas están electrizados con Kamala Harris y las encuestas avalan la remontada, pero aún le queda un arduo camino porque, aunque el techo de cristal se haya agrietado, el borde del precipicio está ahí, transparente, esperando a ver si alguien se despeña el 5 de noviembre.

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