Harris y el sueño de Obama

Harris y el sueño de Obama

Los pasillos del United Center de Chicago, sede de la convención demócrata, han sido estos días un hervidero de rumores y especulaciones. ¿Hará un cameo Beyoncé o se dejará caer Taylor Swift para catapultar a la candidata demócrata Kamala Harris a la presidencia de Estados Unidos? Pero los demócratas cuentan por encima de todo con sus propias estrellas: los Obama, como en su día lo fueron los Kennedy.

El regreso de Barack Obama a Chicago, donde comenzó su carrera política, se produjo mientras el establishment del Partido Demócrata intenta repetir la épica de 2008 y establecer paralelismos entre su campaña como primer presidente negro de Estados Unidos y la candidatura de Harris para convertirse en la primera mujer presidenta. «Kamala Harris será quien traspase el techo de cristal», dijo un día antes Hillary Clinton, matriarca de otra de las dinastías políticas fabricadas por los demócratas, que perdió contra Donald Trump en las elecciones de 2016. Aunque Obama, de 63 años, lleva ya casi ocho años retirado, es uno de los demócratas más populares e influyentes en el país. En Spotify comparte su playlist del verano con 131 millones de seguidores.

Barack Obama ha cerrado un ciclo. Su andadura política comenzó hace 20 años cuando pronunció un discurso de apertura en la convención electoral demócrata de 2004, donde John Kerry fue designado candidato. La intervención se reserva tradicionalmente a figuras prometedoras del partido. Obama aprovechó sus 17 minutos de gloria. Entonces, un joven senador de Illinois, electrizó a su audiencia con su llamamiento a una América unida. La vicepresidenta de Estados Unidos quiere repetir su hazaña y llegar en noviembre a la Casa Blanca. Pero va a ser una campaña breve, de apenas once semanas, después de que Joe Biden tardase demasiado tiempo en hacer el último servicio a la nación y abandonase su candidatura a la reelección.

Harris ha trazado un plan para atraer a la coalición de trabajadores blancos del «cinturón del óxido» estadounidense, votantes negros del Sur, jóvenes de ciudades universitarias de todo el país y a las mujeres que dieron la victoria a los demócratas en 2008. Para los primeros eligió al gobernador de Minesota, Tim Walz, como compañero de fórmula. Con sus primeras decisiones, la vicepresidenta ha desatado un entusiasmo inesperado en el partido que ha desatado una guerra de nervios entre los republicanos. Trump, que se había esforzado por mostrar una imagen más pulida, ha vuelto al barrizal de los ataques personales en vez de apostar por las propuestas políticas. Harris y Trump permanecen en empate técnico. No obstante, la batalla decisiva se va a jugar en la «América profunda». La vicepresidenta tendrá que convencer a sus futuros votantes de que está por encima de las batallas culturales del wokismo, a pesar de que fue senadora por California, el epicentro de este movimiento divisivo. Deberá mostrar un pragmatismo económico y alejarse de la política de Biden a la que los americanos atribuyen la subida de la inflación. Tampoco puede dejar de lado la defensa de las libertades individuales y del patriotismo. De lo contrario se arriesga a que su único hilo argumental sea el desprecio a Donald Trump y eso no es suficiente para ganar unas elecciones.

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