Hispanoamérica. La película

Hispanoamérica. La película

Tarde de viernes de primavera en Madrid. Una sala de cine grande llena hasta los topes. ¿Para ver el estreno de una película de superhéroes? Que va. Para ver un documental que lleva ya varias semanas estrenado en la gran pantalla. Con creciente asistencia de público. De un público entusiasta que atiende embelesado. Que vibra con la fotografía y con la música. Que acaba aplaudiendo a rabiar. Se lo conté a un amigo, crítico de cine, y le pareció increíble. En los viernes de primavera de Madrid, los cines no se llenan por la tarde.

Pero yo lo he visto. Y me ha impresionado tanto que he tenido que repetir. En otra sala también repleta. También con público entusiasta y aplaudidor. Porque quería mantener en la retina y en la memoria la belleza de lo que había visto y en la mente algunas de las palabras que había escuchado.

Se trata de la película «Hispanoamérica. Canto de vida y esperanza». Producida por José Luis López Linares, el director que sorprendió hace un par de años con otro documental impresionante: «España. La primera globalización». Otro éxito de público que puso el acento en aspectos poco conocidos de nuestra compleja y emocionante historia. Un éxito que no se reflejó suficientemente en los medios ni en los festivales.

Se me hace difícil explicar el cúmulo de sensaciones que me ha producido. La primera es la impactante belleza de la fotografía. Los paisajes que reflejan una naturaleza soberbia e indómita, en la que nuestros antepasados dejaron su perdurable huella. La exuberancia de las ciudades hispanas con esa soberbia arquitectura mestiza, que refleja el alma mezclada de quienes la diseñaron y ejecutaron. El arte virreinal, que no colonial. Porque otro hallazgo de la película ha sido poner de manifiesto que las Indias no fueron colonias, sino una parte imprescindible de un imperio pluricontinental y multioceánico.

Impresionan especialmente los recorridos visuales por los templos hispanoamericanos. Un barroco tremendista que produce un asombro panorámico antes de rebajar la mirada a los detalles en los que vuelve a reflejarse la naturaleza mestiza de nuestra civilización. Y cuya riqueza evidencia, como dice uno de los personajes entrevistados, que la mayor parte de la plata extraída de las minas no cruzó el Atlántico hacia la Metrópoli. Se quedó allí. Para edificación y disfrute de la gente de allí. Con independencia de su raza y condición.

La banda sonora contribuye intensamente a sumergir al espectador en el relato cinematográfico. Está centrada en la música indígena. Una música original y poderosa de ritmos autóctonos y cantada tanto en latín como en español. Sin desdeñar tampoco a las lenguas indígenas americanas. Unos ritmos que retornaron a Europa cruzando de vuelta el Atlántico. Influyendo en lo que se cantaba en España y que han dado lugar a muchas de las expresiones de la música popular de nuestra patria. Especialmente al fandango.

Pero estas impresiones sensoriales no bastan para explicar lo que aporta la película. Porque también incluye un recorrido intelectual extraordinario. Un recorrido que tiene un carácter cuasiconceptista: frases cortas e impactantes, párrafos breves pero significativos. Parecería que el propio Baltasar Gracián ha ejercido de guionista de las intervenciones orales. Breves comentarios que aporta todo tipo de gente. Desde la potencia pensadora de intelectuales de relumbrón hasta la certera agudeza de protagonistas sencillos.

Participan historiadores prestigiosos como Marcelo Gullo, Enrique Kauze, o Carmen Iglesias, directora de la Real Academia de la Historia, entre otros varios procedentes de ambos lados del charco. Y también musicólogos, investigadores, expertos en arte… Junto a ellos se da audiencia a indígenas bolivianos, músicos mejicanos, guías de monumentos. Unos y otros tienen palabras adecuadas que pronunciar.

Esta potente propuesta presenta un modelo de civilización extraordinario. Con multitud de facetas, aunque resalta las tres que unifican y dan coherencia. Son: un idioma, el español; una religión, el catolicismo; y un factor humanista definitivo, el mestizaje. Entre las tres componen el magnífico friso de un fenómeno que está expreso desde el origen de la empresa americana: La acogida. La aceptación del diferente como igual. Que no deja de manifestarse en toda la película. Pero que alcanza un cenit expresivo en el énfasis que pone en los matrimonios entre indígenas y españoles, alentado por la incomparable Isabel de Castilla.

La película finaliza con un avemaría. Un avemaría entonado por una india de voz maravillosa frente a un paisaje en el que resuena lo universal. Y que proclama la inmensa influencia de la Virgen María en el corazón de los hombres y mujeres que han venido protagonizando esta historia. Una historia que no se explica sin la fuerza espiritual que contiene. La del Resucitado que arrasa fronteras y mueve corazones. Y que se visualiza en la escena que capta el asombro de los tlaxcaltecas, cuando ven a Cortés, el poderoso conquistador, arrodillarse y besar los andrajos de Motolínia, el humilde franciscano enviado a evangelizar Méjico.

Vayan a verla mientras puedan. Porque estas cosas hay que apoyarlas por lo que suponen de rebeldía. Porque escapan del sopor que envuelve a la corrección política española. Porque anticipan una enérgica reacción cultural. Lleven a sus hijos, a sus parientes a sus amigos, incluso a los que les resulten antipáticos. Les harán un favor.

Antonio Flores Lorenzo es ingeniero agrónomo, historiador y antiguo representante de España en la FAO.