Ínsula Barataria: el paraíso de los bienaventurados

Ínsula Barataria: el paraíso de los bienaventurados

Viajen ahora con nosotros a un nuevo lugar de la fantasía utópica y de la geografía mítica de España; vengan de excursión a otro lugar que no existe y pasen las vacaciones en otra de las ínsulas legendarias para constatar que el viejo ideal de la edad de oro, que se ha concretado en temas muy vinculadas con la península ibérica, como el país de Cucaña o la isla de Jauja, tratadas en ocasiones literarias para dar carta de naturaleza al anhelo por la libertad, tanto en lo individual como en lo colectivo.

Los viajes a lugares que no existen incluyen también, como estudiaron Raymond Trousson y Umberto Eco, las expediciones a ínsulas fantásticas que son ricas y armoniosas a la par, utopías políticas y comunidades sociales bienaventuradas, desde la “Utopía” de Moro a la isla Felsenburg, del alemán Johann Gottfried Schnabel, en el siglo XVII, pasando, por supuesto, por la ínsula Barataria de Cervantes. A veces hay que viajar a lugares lejanos –incluso a la luna, siguiendo los pasos que van de Luciano de Samósata a Cyrano de Bergerac– para hallar ese extraño no-lugar que es un espejo invertido de nuestro mundo injusto: este viaje sucede desde antiguo, desde la utopía de Yambulo a los recuentos fantásticos de países lejanos de Marco Polo, Mandeville o del inefable Barón de Munchhausen.

Otras veces, en cambio, hay que naufragar para encontrar el país extraño que nos sirve de contraparte para hablar, entre bromas y veras, de nuestra propia sociedad, como el de los Liliputienses en el Gulliver de Jonathan Swift, la isla de Robinson en el caso de Daniel Defoe o la ya citada de Schnabel. También hay una república utópica musical, la Eufonía de Hector Berlioz, una muy curiosa postrimería que recoge los ideales ilustrados de una sociedad basada en la alta cultura.

Es en el cruce de la literatura utópica, de la fantasía de viajes a lugares que no existen y de los viejos temas del folclor y el mito donde surgen las ínsulas equitativas del humanismo. Todo remonta, como no podía ser de otra manera, al ideal áureo. Como dice el discurso a los cabreros de Don Quijote: «Dichosa edad y siglos dichosos aquéllos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío». La idea de regresar a un lugar de justicia social equitativa, más allá del mundo del hierro y el comercio, es constante en el anhelo de justicia.

En el auge del Humanismo, Erasmo de Rotterdam y Tomás Moro intercambian ideas entre la aspiración áurea y la reforma moral de la sociedad: la isla de Utopía busca este ideal de cambio progresivo en el mundo para mejorarlo y tornar, de alguna manera, la comunidad política en una comunidad de amigos a través de la cultura humanista. La noción de las humanidades como código compartido de respeto a la esencia humana, independientemente de clases socioeconómicas, e incluso de razones religiosas, está en el trasfondo de todo ello.

Estas ideas se difundieron en España y a menudo se ha señalado su presencia en Cervantes. Pensamos ahora en viajar con la imaginación, como reflejo de estas utopías, a la ínsula Barataria, que Don Quijote promete a Sancho a cambio de sus servicios. Entre los capítulos 45 y 53 de la segunda parte de Don Quijote, en las aventuras con los duques, el humilde Sancho demuestra que es capaz de buen gobierno merced a su ingenio natural. Sancho se mostrará como un buen gobernante, juicioso y responsable, y un buen juez –las burlas de los duques se fastidian–, aunque finalmente tendrá que abandonar su cargo. Por un momento parece que por un momento el sueño de la utopía se logra de verdad, aunque ya sabemos que cuando pasa el Carnaval, cuando los siervos mandan, todo el orden establecido retorna tras el paréntesis de desorden. Por eso, en nuestra pretensión de viajar a los lugares inexistentes en la geografía mítica hispana, habría que marchar también a esa evanescente isla de Barataria.

Dos Baratarias, una existe

Si queremos seguir la pista a los lugares inexistentes de la geografía mítica hispana siempre hay matices y ambivalencias que tocan la geografía real; en el caso de la ínsula de Barataria, en la segunda parte del Quijote, hay quien defiende que podría ubicarse cerca de Alcalá de Ebro, a juzgar por los datos de la estancia de Cervantes en la casa del Duque de Villahermosa, en 1568. Como curiosidad, también hay una Barataria real, más allá de cualquier duda: es un pueblo fundado en 1779 por Bernardo de Gálvez en la Luisiana estadounidense que tiene ese nombre en honor a Cervantes, que todavía existe hoy.

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