Israel y su derecho a la defensa y la existencia

Israel y su derecho a la defensa y la existencia

Hace un año cientos de terroristas palestinos perpetraron una de las mayores atrocidades del siglo XXI en un acto incompatible con la más ínfima huella de humanidad. Aquel día transformó Israel para siempre y muy probablemente toda la región. Las nuevas generaciones de judíos, que habían escuchado y aprendido la martirizada historia de su pueblo en el siglo XX, sufrieron en lo más profundo de su ser y de sus convicciones la embestida de un dolor absoluto y el cruel despertar de los fantasmas del pasado a manos de fanáticos asesinos capaces de infligir a un indefenso la más despiadada de las torturas. 1.200 israelíes y extranjeros, entre ellos más de 350 jóvenes que participaban en un festival de música y cientos de civiles en los asentamientos fronterizos con Gaza, fueron aniquilados y muchos de sus cadáveres profanados. 240 personas fueron secuestradas y conducidas a la Franja, de las que 101 permanecen como rehenes y 48 han sido asesinadas. Hamas se encargó de que la brutalidad del ataque se convirtiera en un mensaje a Israel y al mundo con la grabación de sus salvajadas, de las que no se libraron ni siquiera las bebés. Hasta esa fecha, el gobierno y el pueblo hebreos preservaban un complejo statu quo, un alto el fuego dominado siempre por la tensa calma y por las réplicas proporcionales a las acciones violentas palestinas. Los cerebros del ataque, con el régimen de los ayatolás en el eje, y todos sus instrumentos criminales, quisieron causar todo el tormento posible, quebrar el espíritu israelí y abrir un escenario de no retorno en la crisis con una serie de reacciones en cadena y la desestabilización absoluta de la región, frustrando de paso las relaciones de Tel Aviv con las grandes potencias árabes no chiíes. Una guerra de supervivencia ha sido inevitable y la sociedad judía lo ha entendido así con un respaldo mayoritario a sus fuerzas armadas y un grado de sacrificio y dignidad extraordinarios, conscientes de que no se trata de una contienda militar al uso, sino de una lucha por la existencia del Estado y por la vida de sus ciudadanos. Tel Aviv no ha buscado la guerra, sino que le ha sido impuesta por un enemigo monstruoso y despiadado que se ha equivocado por completo y que ha condenado a miles de civiles a los estragos propios de un enfrentamiento de este calibre. Aunque inasumibles los padecimientos de tanto inocente y tanta muerte injusta, lo cierto es que la guerra no es indolora ni aséptica. Es amarga como el acíbar e hiede a cadáver. Hamas, Hezbolá y Teherán lo han sabido siempre. Israel ejerce su legítimo derecho a la defensa contra enemigos cuya meta no es la victoria ni territorios o riquezas, sino la aniquilación total de Israel y los judíos. Es el principio que debería condicionar todas las aproximaciones de la comunidad internacional a la crisis, que en rincones impensables vacila aún entre la única democracia de la región y el bando terrorista y genocida. Nuestro Gobierno ha perdido la capacidad de interlocución porque ha dado la espalda a Israel y así se lo han agradecido Hamas y Hezbolá. Su pulsión antisemita lo denigra y nos mancha a todos como nación.

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