James Valender: «Ningún poeta está obligado a desarrollar un pensamiento original para destacar»

James Valender: «Ningún poeta está obligado a desarrollar un pensamiento original para destacar»

Es uno de los grandes especialistas en la Generación del 27. Este hispanista inglés, conocido por sus trabajos sobre nombres como Luis Cernuda o Manuel Altolaguirre. Ahora James Valender publica «Escenas del exilio español en México», en Editorial Renacimiento, un trabajo apasionante del que habló con este diario. Desde México, donde reside desde 1977, responde sobre su nuevo trabajo ensayístico.

¿Qué significó México para el exilio español?

El exilio español estaba (y sigue estando) conformado por personas de ideas muy diversas que, además, fueron cambiando con el paso de los años. En un primer momento, México supuso para la gran mayoría la posibilidad de escapar de una situación intolerable en los campos de internamiento en el sur de Francia. En un segundo momento, les representó la posibilidad de rehacer sus vidas en condiciones óptimas mientras esperaban la hora de volver a España. Muchos confiaban en una vuelta más o menos próxima, ya que daban por hecho que, una vez derrotados Alemania e Italia en la segunda Guerra Mundial, los Aliados procederían también a tumbar a Franco, como aliado que era de Hitler y Mussolini durante la guerra civil. Otros, más pesimistas (o más realistas), se dieron cuenta desde un principio que no habría vuelta a casa para ellos (aunque sí tal vez para sus nietos) y se dedicaron a integrarse a México lo mejor que podían. A partir de 1950, más o menos, ya era evidente hasta para los más ilusos que el exilio iba para largo.

Muchos no se integraron en el país.

Paradójicamente, la gran deuda que los españoles del exilio sentían hacia México fue uno de los factores que hicieron imposible que muchos de ellos se integraran plenamente al país. Y es que una persona que no se siente libre para expresarse públicamente sobre la situación del país que habita ha de sentirse condenado, por ello mismo, a vivir siempre al margen. Hay que recordar, por otra parte, que los que por fin pudieron volver a España en los años 70 y 80, descubrieron que España ya no era la España que habían dejado atrás y mucho menos aquella con la que habían soñado durante tantos años. No sentían que esa España era su España (y no solo por toparse con un país nuevamente regido por una monarquía). Es decir, descubrieron entonces que ya no pertenecían ni a México ni a España, lo cual los llevaba, por fin, a no reconocer más patria que el exilio mismo… Y la honda solidaridad que todavía se da entre los hijos y nietos de los exiliados, cuando se reúnen por ejemplo en uno u otro lado del Atlántico, confirma esta insólita pertinencia a una entidad, ya no geográfica, sino histórica y moral.

¿Se puede hablar de una influencia de la cultura mexicana en la literatura y el cine, con permiso de Buñuel, españoles?

Indudablemente. Algunos exiliados permanecieron atrapados en el pasado, en la nostalgia, negándose a mirar a su alrededor. Pero otros muchos sí se interesaron por la cultura del país que los había acogido. Pero nuevamente ciertos obstáculos se presentaron. Y es que el mismo gobierno de México que les había dado asilo llevaba tiempo inculcado en los mexicanos un rencor hacia los españoles por su papel en la Conquista y la colonización del país. En realidad, los capítulos de la historia compartidos por España y México, lejos de unir a los exiliados a los mexicanos, tendían a alejarlos. Bastó una simple visita al Palacio Nacional donde se exhibían los famosos murales de Diego Rivera sobre la Conquista, para que tomaran conciencia del peligro de tocar ciertos temas de la historia y la cultura del país. Existían, en efecto, algunos asuntos considerados tabúes, sobre los cuales los exiliados no debían expresarse. Como es natural, muchos exiliados creían que, en tanto republicanos, no deberían sentir orgullo alguno al contemplar la obra realizada por los españoles en los siglos XVI-XVIII. Otros, como Luis Cernuda, en cambio, no supieron resistirse del todo a esa tentación. Naturalmente, los exiliados sí podían ocuparse de la cultura mexicana sin referirse a la Conquista. Así, además de Variaciones sobre tema mexicano de Cernuda, contamos, por ejemplo, con La esfinge mestiza de Juan Rejano, Los laureles de Oaxaca de Francisco Giner de los Ríos, los Cuentos mexicanos (con pilón) y la Guía de narradores de la Revolución Mexicana de Max Aub, así como un buen número de libros de José Moreno Villa (Cornucopia de México, La escultura colonial mexicana, Lo mexicano en las artes plásticas, La música que llevaba…) que acusan influencias muy claras de la cultura mexicana. Por motivos muy diversos, fueron pocos los exiliados en México que hicieron su propio cine. La gran excepción, claro, fue Luis Buñuel, cuyo cine de los años 40 y 50 debe tanto a México que aquí en la Cineteca Nacional el aragonés es tratado como un director mexicano, y su cine como un capítulo fundamental del cine del país.

En su libro aparecen dos autores extraordinarios, Prados y Moreno Villa, que han quedado algo olvidados. ¿Por qué cree que les ha pasado eso?

La historia es cruel ya que se acostumbra a salvar del olvido a solo dos o tres seres extraordinarios de cada siglo. De vez en cuando hace reajustes, eso sí. Fue el caso de Cernuda, por ejemplo, que en las últimas décadas del siglo XX logró salir de las tinieblas para tomar el primerísimo lugar en el Parnaso español que antes ocupara Vicente Aleixandre. Por qué Prados y Moreno Villa no han avanzado en ese sentido, solo cabe especular. Puede ser que Prados sea un poeta que haya escrito demasiado. A mi juicio, lo mejor de su obra son sus breves poemas líricos; aquellos recogidos, por ejemplo, en su «Cancionero menor para los combatientes» (1938) y en «Circuncisión del sueño» (1957), libros ambos, por cierto, muy elogiados por María Zambrano, Pero por desgracia estos versos tienden a ser pasados por alto frente a otras obras suyas que reflejan las grandes inquietudes filosóficas (o metafísicas) del poeta. Ningún poeta, desde luego, está obligado a desarrollar un pensamiento muy original para destacar como tal: lo decisivo es si sabe dar expresión adecuada a la visión que propone formular. Y por desgracia Prados da la impresión, a veces, de no haber sabido digerir todo cuanto leía. De hecho, esta era uno de las principales críticas que se dirigía a sí mismo: la de no siempre haber logrado establecer a través de sus poemas ese profundo vínculo con el lector que constituía su gran aspiración como poeta.

¿Y Moreno Villa?

Lamento mucho no haber podido incluir en mi libro ningún ensayo sobre su poesía. Es un poeta admirable y con el tiempo sospecho que sus acciones en la bolsa de valores van a subir notablemente. Creo que dos factores han jugado en su contra: uno, por su edad no pertenece a la generación del 27 ni tampoco a la del 98; por lo mismo, tiende a ser olvidado por los estudiosos que insisten en articular la historia literaria en términos de generaciones (idéntica suerte corre, por cierto, otra figura tan importante como Ramón Gómez de la Serna). El segundo factor es la diversidad de sus campos de acción como creador: Moreno Villa destacó como poeta y como ensayista, pero también como pintor y como crítico de artes plásticas. Me parece que, a raíz de esta diversidad de intereses, como también como consecuencia de la espontaneidad con que solía trabajar, ha sido juzgado a veces como un simple diletante, cuando en realidad fue un auténtico artista, capaz de penetrar el misterio del mundo con el pincel lo mismo que con la palabra.

¿Dámaso Alonso se equivocó viajando a México?

Si Dámaso Alonso pensó que iba a encontrar aquí un gran público ansioso de saludarlo y escucharlo, se equivocó. Pero la verdad es que no sabemos qué esperaba. Puesto a adivinar, yo diría que sí anticipó cierta animosidad entre los exiliados, pero que decidió emprender el viaje de todos modos, deseoso de reavivar amistades interrumpidas por la guerra. Por otra parte, no creo que haya mentido cuando en una de las cartas que envió a Alfonso Reyes habló de su interés por conocer a México y los mexicanos. ¿Por qué iba a privarse de esta oportunidad?

¿Es «Subida al cielo» la más mexicana de las películas de Buñuel?

Puede ser, aunque en «Los olvidados» Buñuel también hurgó muy a fondo en las contradicciones de la sociedad mexicana —y de ahí el escándalo que esta película produjo al proyectarse en México—. Quizás fuera más preciso decir de «Subida al cielo» que fue la película de Buñuel que más nos habla del campo mexicano. Si no me equivoco, las demás películas que rodó de tema mexicano, las situó en escenarios netamente urbanos. El campo era un entorno muy complicado para un director: se prestaba a demasiados romanticismos, como demostraba el éxito del cine de charros de la época, un género que Buñuel repudiaba. Lo interesante de «Subida al cielo» es que, a pesar de estar situada en el campo, la película evita incurrir en los consabidos lugares comunes, tanto de los charros como del «México profundo» o del «México lindo y querido» para turistas.

¿Estaba justificado el ataque de Cernuda a lo que llama el «establishment» literario peninsular desde México?

Me parece que Cernuda tuvo razón en señalar como los líderes de opinión en España tendían a dejar a un lado a los escritores (en este caso, a los poetas) que estaban trabajando, forzosamente, fuera de España. Si atacó a Dámaso Alonso con especial vehemencia, fue porque creía que este se estaba aprovechando de su poder como crítico literario (y como director de la Real Academia) para llevar agua a su molino: es decir, para lograr que su propia obra poética se consagrara. El caso de Aleixandre fue ligeramente distinto: Cernuda siempre estuvo enemistado con Alonso; con Aleixandre, en cambio, lo había unido una amistad muy estrecha a lo largo de los años 30. Lo que llevó al sevillano a declararle la guerra hacia finales de los años 50, posiblemente fue la conferencia sobre “Algunos caracteres de la nueva poesía española” que Aleixandre publicó en 1955. Y es que en esa conferencia Aleixandre dio su firme respaldo al movimiento de poesía social que en ese momento estaba marginando por completo las propuestas (de signo muy distinto) de la mayoría de los poetas del exilio, tal y como dejaría en evidencia la famosa Antología de Castellet de 1960.

¿Y Aleixandre?

Para volver a la pregunta: me parece que, en el caso de Aleixandre, Cernuda atribuyó a mala fe lo que, en realidad, no fue sino desconocimiento. Debemos recordar que en los años cincuenta era muy difícil para los lectores en España enterarse de lo que los poetas del exilio estaban escribiendo y publicando en el extranjero: la censura era un obstáculo muy grande para que la poesía de los mejores poetas del exilio llegara a la metrópoli. Desde luego, Cernuda exageró al sugerir que Aleixandre quiso «consignar al olvido» la obra poética de Manuel Altolaguirre (véase «Supervivencias tribales en el medio literario»). Aleixandre nunca se portó así con Altolaguirre ni con ningún otro poeta del exilio. ¿Por qué, entonces, esta amarga denuncia por parte de Cernuda? Según el dicho famoso: «Quien se fue de Sevilla, perdió su silla». A Cernuda esta verdad debe de haberle resultado doblemente dolorosa: porque nunca le había tocado tener silla, pero también porque la posibilidad de tenerla alguna vez le parecía todavía más remota después del respaldo que su amigo Vicente le acababa de dar a la poesía social.

Una
última nota sobre este tema. Cuando José Ángel Valente participó
en 1993 en un congreso sobre los poetas del exilio español en
México, habló entre otras cosas de la importancia para él y para
otros poetas de su generación del poema en que Cernuda había
atacado a Dámaso Alonso (“Otra vez, con sentimiento”). La
lectura de este poema (dijo Valente) los había animado —los había
autorizado casi— a cuestionar, a poner en entredicho, a las grandes
autoridades literarias de aquellos años, a afirmar y defender sus
propios valores y criterios como poetas. Es decir, el ataque de
Cernuda a lo mejor fue injusto con Alonso, pero fue ejemplo de una
actitud crítica que supuso, a la larga, una sacudida muy saludable
para el establishment literario español.

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