La acogida de menores en Canarias: radiografía de un colapso

La acogida de menores en Canarias: radiografía de un colapso

Desde que se bajó del cayuco hace nueve meses, Sam, un joven senegalés que vive en un centro de menores de Tenerife, sigue la misma frustrante rutina. Se despierta sobre las nueve con el zarandeo de los educadores, desayuna y sale a la calle a sentarse en una acera bajo el sol. En el polígono donde vive no se puede hacer mucho —cerca solo hay un cuartel, un supermercado, un gimnasio y almacenes— así que se tira en el suelo con otros chicos a escuchar música y ver vídeos de Tik Tok. A la hora de la comida, Sam vuelve hastiado al centro y, tras el almuerzo, regresa a la calzada hasta la hora de la cena. Cuando cae la noche arrastra los pies hasta su dormitorio, un salón de actos inundado de camas en las que se acuestan unos 200 niños y adolescentes. Las literas están tan juntas que entre ellas solo se puede circular de perfil. Así desde hace casi 300 días.

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