La dulce vida

La dulce vida

Yo no sé por qué en Italia la gente está tan de buen humor en el bar a primera hora de la mañana, como si no les costara levantarse, al contrario que yo y la mayoría de los españoles que conozco, que al alba se mueven con fatalidad. Juro que el otro día a las 8.15 un señor gritó: “¡Amore mío!”, abriendo los brazos, a la peluquera de enfrente, pero no era que no se vieran desde hace años, era una forma de saludarla. Y eso que si lees los periódicos reflejan un país donde ocurren cosas increíbles. Crímenes espantosos (Benevento: degüella a su hermano y tira su cabeza por la ventana). Atracos alucinantes (Sassari: 10 asaltantes con kaláshnikov y chalecos antibalas derriban el muro de un depósito de seguridad con una excavadora y huyen liándose a tiros con la policía). Infestación mafiosa (Aprilia: detenido el alcalde por infiltración de un clan en el Ayuntamiento. “Aquí lo sabía todo el mundo”). Corrupción rutinaria (Detenido un general de los Carabinieri sobornado con entradas para el fútbol). Chapuzas judiciales (Condenado por matar a su tío y disolverlo en un alto horno, en 2015, y huye del país en la víspera de la sentencia en un maserati). Últimas novedades de misterios insondables que no acaban nunca (Aparece un audio inédito del caso Orlandi, la hija de un empleado del Vaticano secuestrada en 1983). Sucesos pasmosos de gente que hace lo que le da la gana (Fiesta en un islote protegido de Palermo, propiedad de una marquesa. El deejay era agente de la Guardia Costera). Volcanes (el Stromboli y el Etna, en erupción). Todo esto solo en esta semana.

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