La ecología del corazón

La ecología del corazón

Una sociedad en la que el bienestar individual y colectivo van de la mano, es más humana, más próspera y más comprometida con la redistribución de la riqueza. La realidad es que nos necesitamos los unos a los otros. Vivir juntos fortalece nuestras cualidades y desarrollamos otras. Aquello de “Ande yo caliente y ríase la gente”, o dicho a la manera oriental: “¿Qué refugio vas a encontrar fuera de ti mismo?”, no sirve. Hay otra forma de estar en el mundo, que hacer el bien a cada paso.

Para empezar, no existe ser viviente y sintiente más indefenso que el ser humano. Todos, en algún momento, deberemos cuidar a otros y pasaremos situaciones en las que tendremos que dejarnos cuidar, incluso sin esperar al tramo final de nuestra vida. Pero en una sociedad economicista, como la nuestra, obsesionados por lo que se puede comprar o vender, podría ser que no estuviéramos haciendo bien las cosas para lograr una vida más vividera. Felizmente, entre tantas realidades desalentadoras y maldades, se suceden cada día esperanzadoras iniciativas de amor gratuito, así permanezcan ocultas. Es la prueba de que muchos, muchísimos, están dispuestos a acompañar, ayudar y ponerse en la piel del otro. Debemos decirlo alto y claro: cuidar del otro, es una de las labores más valiosas que se realizan en la sociedad. Quizá la más importante.

Una tarea que nos compete a todos. Por eso, aquellas personas que hacen de esa ocupación su profesión, deben ser reconocidas y retribuidas como tales. Para Isabel Sánchez, defensora de la “Casa común”, como yo, y autora de ‘Cuidarnos’, un modelo de cuidados mejor, más inclusivo, más flexible, con mayor confianza y más humanidad es posible, necesario y asequible. Bastaría con ponerse a ello. Aunque nunca será fácil, con una tasa de natalidad inferior a la de reemplazo, cuando las esperanzas de vida se alargan y, la conciliación familiar y laboral, no acaba de llegar. Para cuando_me pregunto_ tendremos, en España, un salario familiar o bonus hasta la mayoría de edad por un nuevo hijo, como es el caso de cada vez más países europeos.

He aquí un dato que da bastante que pensar: siete de cada 10 madres españolas, hubieran tenido más hijos de haber contado con medidas que permitieran adaptar su jornada, sin penalizar su salario. Pues seguimos sin coger el toro por los cuernos. Como el poeta zamorano León Felipe, “yo se pocas cosas, es verdad”, pero sé que el único modo de construir una existencia a la medida del hombre, es levantar esa “Casa común” a la que me referí antes, fomentando el hábito de cuidar a los demás y también a nosotros mismos. claro que, para eso, necesitamos personas, necesitamos gente. ¡Menos mal que existe la inmigración! De lo contrario, habríamos tenido que cerrar ya el kiosco. En fin, que deberíamos ser muy conscientes de que, nuestra supervivencia, no depende sólo de la amenaza nuclear y el cambio climático que desde luego que si_, sino también de que nos ocupemos de la ecología del corazón.