La gente

La gente

Cada día me gusta más la gente. Esa gente que hace bulto. Esa que no cuenta más que en las estadísticas. Esa que sirve para llenar sitios para que otros encuentren zonas exclusivas y solitarias. Esa que hace cola. Esa que ahorra lo que puede para comer en un buffet de una piscina. Esa que va con los chiquillos, sin mucama, sin ayuda. La que vuelve reventada de las vacaciones, roja, con la piel quemada y el tinte pasado, pero feliz de haber aprovechado la hucha para estar en un lugar que se hace un poquito distinto a estar en casa.

Acabo de corroborar que me gusta esa gente porque vengo de un crucero. Para disfrutar de un crucero te tiene que gustar mucho la gente porque vas a ver gente por todos lados. La vas a ver en el barco, donde compruebas que, cada mesa del restaurante, es una historia completa. La vas a ver en la piscina, tratando de encontrar un hueco en medio de un gentío. En la cola de los helados, en la de los cafés. La vas a ver vistiendo con sus mejores galas en las cenas, como si fueran a una boda en un pueblo, sacando los brillos, las tenacillas del pelo. Contenta cada vez que llega a un puerto, nerviosa, excitada. Gastando lo que no tienen en conocer, en pisar; conscientes de que, seguramente, será la primera y última vez en ese lugar. La vas a ver haciéndose pequeña ante un taxista extranjero, nerviosa por no tardar, por no hacer esperar. La vas a ver disfrutar de ese placer que es no pagar la cerveza en los bares del barco como si eso fuera un lujo, una ostentación diminuta pero celebrada como si fuera enorme.

Los hay que prefieren encontrar una cala vacía, un yate con champán, y una habitación con jacuzzi en el balcón con vistas. Los hay que huyen de lo popular, que lo rehúsan, que lo desprecian, que sólo imaginar compartir un ratito en un autobús con desconocidos, hacer una cola, sacar una entrada, les provoca urticaria. Cuánta pena cara hay por ahí.

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