La impotencia de la ONU en el Líbano

La impotencia de la ONU en el Líbano

La muerte de Hasan Nasralá, el líder de la organización terrorista libanesa Hizbulá, a manos de Israel demuestra la voluntad del actual gobierno israelí de acabar con la sempiterna amenaza que supone para las poblaciones hebreas del norte del país –sesenta mil de cuyos habitantes han tenido que abandonar sus hogares– una milicia proiraní que ha ido ganando potencia ofensiva en los últimos años, con la adquisición de un importante arsenal de misiles, cohetes y drones, y que se ha convertido en un factor político y militar determinante en el área, como demuestra su decisiva intervención en la guerra civil siria.

Pues bien, el crecimiento de Hizbulá, que conforma un Estado de hecho en el sur del Líbano, se ha producido bajo la mirada impotente de los 10.000 militares de la misión de interposición y vigilancia de la paz de Naciones Unidas (UNIFIL), desplegada en 1978, y testigos privilegiados, muy a su pesar, de las cinco guerras libradas por Israel y las milicias libanesas en las siguientes cuatro décadas. No es de extrañar que hoy, cuando todo indica que las fuerzas acorazadas israelíes se preparan para una incursión terrestre que suponga la derrota total de Hizbulá, la opinión pública española se pregunte qué razones asisten a la ONU para mantener el despliegue de su contingente en la línea de interposición, sin capacidad real para el cumplimiento de la misión asignada.

Entre esos hombres y mujeres pertenecientes a 40 países, España mantiene 650 «cascos azules» en la zona este de la línea de demarcación y dos generales españoles, Lázaro Sáenz y Guillermo García del Barrio, comandan, respectivamente, el mando general de la UNIFIL y del subsector este. Las últimas noticias de nuestros soldados, que pretenden ser tranquilizadoras, proceden del Estado Mayor de la Defensa y dan cuenta de que se han intensificado las medidas de autoprotección, se han reducido las patrullas conjuntas con las fuerzas del gobierno libanés y que nuestros militares han recibido la orden de guarecerse en los búnkeres la mayoría del tiempo. No dudamos de la pertinencia de esas medidas dada la lógica de los acontecimientos y sabemos a carta cabal que nuestros militares cumplirán con su deber con la misma determinación y el valor de siempre, pero debemos insistir en el absurdo de una misión internacional que, por los hechos, ha devenido en un fracaso.

No decimos que toda la labor haya sido inútil porque no sería verdad y ahí están, sin duda, la mejora de las condiciones de seguridad de los civiles en los últimos años y las tareas de asistencia sanitaria, pero lo fundamental, el desarme de una organización terrorista fuertemente armada y estructurada territorialmente, que durante décadas ha venido hostigando al Estado de Israel, se ha revelado un sangriento fracaso que está costando millares de vidas. En Líbano como en Gaza.

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