La increíble historia de la escultura que llegó a la Luna en una misión secreta del Apolo 15

La increíble historia de la escultura que llegó a la Luna en una misión secreta del Apolo 15

Más vale tarde que nunca… y al artista belga Paul Van Hoeydonck se le reconoció, cuarenta años después, la autoría de una escultura de su factura en la superficie lunar. No, no es que van Hoeydonck esculpiera El astronauta caído (en inglés: Fallen Astronaut) en nuestro satélite, sino que se las ingenió para que un astronauta se la llevara a bordo del Apolo 15 de forma discreta. Tan secreto fue que nadie en el Centro de Control ni en la Sala de Prensa supo de la iniciativa.

Ahora reposa en la región de Hadley-Apeninos, en el Mare Imbrium de la Luna, junto a una placa que muestra los nombres, ordenados alfabéticamente, de ocho astronautas y seis cosmonautas que fallecieron en misiones espaciales o durante los entrenamientos.

Pero, vayamos por partes.

Van Hoeydonck se licenció en Historia del Arte y Arqueología en Amberes (Bélgica). Enraizado en el periodo del Pop-Art, el Op-art y el Nouveau Realisme, concibió lo que denominó Space-Art (Arte espacial).

Desde muy joven, sintió un interés especial por la Luna y el espacio exterior. En 1959 empezó a hacer planetas despoblados, constelaciones, nebulosas y polvo de estrellas con diferentes formas y materiales. De 1960 datan las series Ciudades del futuro, Spacescapes y Planetas blancos (Planetscapes), que contenían obras en consonancia con el estado de ánimo de la carrera de conquista del espacio, que dominaba el mundo en aquella época.

A finales de esa década se mudó a los Estados Unidos donde expuso sus obras en la galería Dick Waddell de Nueva York. En ese periodo quedó fascinado por la película 2001, Una Odisea en el espacio y, en especial por la escena del monolito. Entonces acude a su mente una idea: ¿Cómo mandar a la Luna un monumento que rinda homenaje a la Humanidad?

El artista se trasladó en varias ocasiones a Cabo Cañaveral para ver si de forma casual podía coincidir con algún astronauta en la zona de Cocoa Beach. Pero no hubo forma. Fue Louise Tolliver Deutschman, directora de la galería de Nueva York para más señas, quien le facilitó un intermediario que lograría establecer finalmente comunicación con la tripulación del Apolo 15.

Y así, dos meses antes del lanzamiento del Apolo 15, van Hoeydonck acordó con la NASA trasladar una escultura a la Luna. La agencia espacial estadounidense dio algunas pautas: Tenía que ser pequeño, ligero, no degradable y que resistiera las temperaturas lunares. Además, no debía distinguir raza o género. Había un requisito más: El proyecto, incluyendo el nombre del artista, no podía ser comunicado antes de la misión, cuyo despegue estaba previsto para el 26 de julio de 1971 mediante un cohete del tipo Saturno V.

El artista belga aceptó. Empleó el aluminio como material para confeccionar una escultura humana que no reflejara sexo, ni raza, una figura de apenas 8,5 cm de alto que viajó en el bolsillo de David Scott, el comandante de la misión.

Parte del secreto se desveló durante la rueda de prensa que ofrecieron los tres astronautas a su regreso de la Luna pero, ni David R. Scott, Alfred M. Worden, ni James B. Irwin, mencionaron nada de la escultura, ni tampoco al artista belga. Sólo hicieron referencia al memorial de los astronautas fallecidos. ¿Habrían depositado realmente la escultura?

Sí. De hecho Scott tomó fotografías de El astronauta caído junto a la placa (como la que abre nuestro post). Pero van Hoeydonck estaba molesto, no sólo porque no se le mencionara sino porque se había alterado el significado de la escultura que simbolizaba la aventura espacial del ser humano y no un homenaje a los caídos. Mes y medio después de la rueda de prensa, en septiembre de 1971, la tripulación del Apolo 15 recaló en Bélgica con motivo de una gira mundial y le pidieron al artista que esperase un año más antes de dar a conocer su nombre. Dos meses más tarde, el Smithsonian solicitó a la tripulación una copia exacta de la escultura para poder mostrarla en sus centros. Ni corta, ni perezosa, la NASA le pidió al artista tres de réplicas de la estatua, una para el Smithsonian, otra para el Museo Nacional del Aire y el Espacio de Washington DC y otra para el Rey de Bélgica. De nuevo se omitió el nombre del artista y, entonces, van Hoeydonck llegó al límite y decidió dar a conocer su obra y la “misión secreta” del Apolo 15 en entrevistas y programas de televisión.

Hizo más. Amenazó con crear 950 copias de la escultura para venderlas por 750 dólares (de 1972, una pasta). La NASA también movió ficha y presionó al artista enviando a unos inspectores y, más tarde, le comunicaron que podrían tener serios problemas con el Gobierno norteamericano. La presión surtió efecto y van Hoeydonck paró la producción cuando ya contaba 50 copias.

En 2013, finalmente, la NASA y el Smithsonian invitaron al artista a una conferencia donde se disculparon con él y reconocieron su autoría. Buena parte de la aventura quedó inmortalizada en el documental The fallen astronaut, en Prime Video de Amazon.