La leyenda vasca de los guardabosques dice adiós

La leyenda vasca de los guardabosques dice adiós

El guarda forestal Andoni Díaz recuerda que era domingo el día que la policía le avisó por teléfono de que un perro había caído en un cepo que algún furtivo había dejado preparado bajo un árbol cerca de Pobes, un pequeño pueblo de Álava. El perro había librado la trampa por poco. “El cepo había saltado y le había roto alguna uña y pelo; si le pilla bien la pata, se la rompe”, cuenta. El dueño del perro, un montañero que estaba paseando por la zona, maldecía al furtivo cuando Andoni Díaz empezó a notar un hedor que provenía del árbol: de las ramas colgaban los restos de dos cabritos muertos. “Los cabritos se estaban pudriendo y la esencia y la carne iban cayendo al suelo donde estaba el cepo montado, así atraen a los zorros”. Pero la pestilencia era demasiado fuerte como para venir sólo del árbol. “A unos pocos metros encontré los restos de siete animales muertos, había perros, gatos, zorros y gatos monteses”. Los animales tenían las patas quebradas y el cráneo destrozado. Todo apuntaba a que el furtivo les había machacado la cabeza con un palo cuando estaban atrapados en el cepo y luego había tirado allí los cadáveres.

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