La Luz Que No Se Apaga

La Luz Que No Se Apaga

A veces, el dolor cubre todo con un velo, y aunque no veas la luz en tus ojos, no significa que no esté ahí.

Por Ehab Soltan

Hoylunes – Era una tarde de invierno, cuando el sol se ocultaba lentamente tras las colinas, tiñendo el cielo de tonos cálidos y fríos al mismo tiempo. Ella, Lucía, permanecía de pie frente a la ventana de su pequeña casa de campo, observando cómo la última luz del día se desvanecía con cada suspiro. La brisa rozaba su rostro, pero sus ojos no reflejaban el resplandor de aquel atardecer. Parecía como si, desde hacía un tiempo, la luz dentro de ella se hubiera apagado, dejando en su lugar una melancolía silenciosa.

Lucía no era amante de la oscuridad, ni rehuía la luz. Simplemente, algo en su interior había cambiado. Una herida invisible, pero profunda, le había arrebatado el brillo de sus ojos y la risa que alguna vez salía sin esfuerzo. Desde que la vida le arrebató a la persona que amaba, su alma se había escondido detrás de un velo de tristeza, dejando que la oscuridad se asentara. Pero un día, todo comenzó a cambiar.

Él apareció como un rayo de luz inesperado. Marco era un viajero, un fotógrafo de paisajes que había llegado al pueblo buscando retratar la quietud del invierno. La primera vez que la vio, ella estaba sentada en el banco de un parque, sola, observando cómo caían las hojas secas al suelo. Había algo en su mirada que lo intrigaba: una mezcla de dolor y fortaleza que le hizo querer saber más, querer capturar no solo la belleza exterior de ese momento, sino la historia que esa mujer llevaba en el fondo de su alma.

Aquel encuentro fue el primero de muchos. Marco comenzó a buscar pretextos para coincidir con ella, cada día un poco más cerca, cada día un poco más persistente. Siempre la saludaba con una sonrisa y una pregunta simple: “¿Hoy qué te inspira?”. Al principio, Lucía se limitaba a responder con monosílabos o frases cortas, casi como si las palabras le dolieran. Pero Marco no se rindió. Poco a poco, logró arrancarle pequeñas sonrisas, gestos sutiles, chispas de interés que, sin saberlo, se iban convirtiendo en la base de algo más profundo.

Un día, cuando el invierno estaba a punto de ceder su lugar a la primavera, Marco la invitó a un lugar especial: una colina oculta desde donde se podía ver el cielo estrellado en todo su esplendor. Llevaba días esperando a que la noche estuviera despejada para mostrarle aquel rincón mágico. Lucía aceptó, curiosa y sorprendida por la determinación de aquel hombre.

Allí, bajo un manto de estrellas, Marco le contó su propia historia: la de un hombre que había perdido la fe en sí mismo y había decidido buscar la belleza del mundo para reencontrarse con su esencia. Le habló de los lugares que había visto, de las personas que había conocido, pero sobre todo, de la oscuridad que a veces amenazaba con devorarlo. “La luz siempre volverá a brillar”, le dijo suavemente, “incluso cuando sientas que no queda nada más dentro de ti. Porque la verdadera luz no viene de fuera, sino de dentro”.

Esa noche, las palabras de Marco resonaron en el corazón de Lucía como un eco distante. Sintió que, por primera vez en mucho tiempo, la sombra que la envolvía comenzaba a disiparse. La forma en que él hablaba, la forma en que la miraba, como si viera en ella algo que había olvidado, la hizo pensar que quizás aún había esperanza para su luz interior.

Durante las semanas siguientes, Lucía se encontró deseando ver a Marco más y más. Sus encuentros se llenaron de conversaciones sobre la vida, el dolor y la sanación. Marco no intentaba cambiarla ni curarla, solo la acompañaba en silencio, como un resplandor que ilumina la oscuridad sin esperar nada a cambio. Y fue en esa compañía incondicional que Lucía comenzó a reír de nuevo, al principio con cautela, luego con alegría genuina.

Una tarde, mientras paseaban, Marco se detuvo y la miró con una intensidad que la hizo temblar. “Lucía”, susurró, “la culpa nunca ha sido tuya, ni de la luz. A veces, el dolor cubre todo con un velo, y aunque no veas la luz en tus ojos, no significa que no esté ahí. Está esperando, como una semilla bajo la tierra, a que tú decidas regarla con amor”.

Ese fue el momento en que Lucía entendió: la luz nunca la había abandonado, solo había estado oculta, esperando a que ella estuviera lista para dejarla brillar de nuevo.

Hoy, el pueblo habla de la mujer que volvió a sonreír, la que alguna vez pareció apagada y ahora ilumina con su presencia la vida, donde las hojas vuelven a caer, Lucía y Marco se viven juntos, hombro con hombro, compartiendo silencios y risas que brotan de forma natural, sin dolor ni sufrimiento.

Porque la verdadera luz, la que no se apaga, no viene de lo que nos rodea, sino de lo que decidimos guardar en nuestro corazón.

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