La mala educación

La mala educación

Hablo hoy desde la resaca de la celebración. Sin duda debe de haberla habido —la resaca, digo—, a tenor de lo que vimos en el escenario que se instaló en Cibeles para recibir a la triunfante selección masculina de fútbol la noche del lunes 15. A estas alturas, se ha comentado ya hasta el aburrimiento la precaria gestión de la etiqueta por parte de algunos miembros del equipo cuando tocó respetar el protocolo más institucional. En el caso de unos, a nadie ha sorprendido. En el de otros es, diría yo, simplemente irrelevante. El equipo de nuestro país ha ganado un título importante y qué menos que celebrarlo, claro que sí. El problema —lo hay, sí— no es el qué sino el cómo: ¿Es tolerable tener a un equipo de deportistas de “élite” recorriendo Madrid en un autobús con una copa en la mano a la vista de decenas de miles de aficionados? ¿Lo es verlos expuestos poco más tarde a la mirada de todos, bebidos —algunos claramente borrachos— sobre el escenario, y cuando digo “todos” hablo de los niños, los adolescentes y jóvenes que miran a esos hombres vestidos con el equipo de su selección y ven en ellos lo que el grueso de la sociedad admira y venera?

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