La manta al coll

La manta al coll

Con P y sin P, me encanta septiembre. Es mi mes favorito porque el año, en realidad, no empieza en enero, sino ahora. Es el mes de afilar los lapiceros y estrenar libretas. Y enfrentarse a una página en blanco sobre la que escribir o dibujar el año. Es el mes de la vuelta al colegio. Del reencuentro con los compañeros de pupitre, de volver a compartir penas y glorias, ¡qué bonito!, con ellos.

El mes de guardar en un cajón las fotografías de los día de sol y playa y de las noches de luna llena reflejada en el agua del mar; las mejores imágenes no tienen formato físico, son esas sensaciones ligadas a esos momentos mágicos. Porque el verano es el verano.

Y septiembre es también el mes de la pregunta del millón

– ¿Qué tal las vacaciones?

Uno es hijo de su tiempo, sin duda; y vivimos tiempos de culto a los viajes de bajo coste, y para algunos de alto. Contestar que una servidora ha pasado agosto en Alicante es una respuesta de alto riesgo. Y si matizo que en la playa del Postiguet, ¡ay, madre!, el común de los mortales me mira como si fuera de otro planeta.

Porque las ciudades, no sé por qué regla de tres, tienen lugares que los propios lugareños no pisan. Uno es la playa de mi ciudad -la de la canción «La manta al coll i el cabaset mon anirmen al Postiguet», – y otro, el barrio del Raval Roig; un reducto de paz en la ciudad, en las faldas del Castillo de Santa Bárbara y que en septiembre celebra sus fiestas.

Así que en tiempos en que parece que haya que viajar en verano por decreto, y, ¡cómo no!, exhibir en Redes Sociales unos destinos espectaculares, y unas pieles morenas más espectaculares aún, abogo por quedarse en casa. Y quitarse un bañador para ponerse otro como única actividad. Y ser turistas en nuestra propia ciudad.

Pues eso, que en septiembre empieza el año. ¡Bienvenido!

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