La “nevera ecológica” del siglo XVIII que conserva la historia de Salamanca

La “nevera ecológica” del siglo XVIII que conserva la historia de Salamanca

El Pozo de Nieve de Salamanca es un lugar ideal para pasar
un tórrido verano como el actual, pero también es uno de los restos
arqueológicos más originales y desconocidos de la capital salmantina: una
‘nevera’ excavada en roca y de siete metros de profundidad que, sin
electricidad, funcionó desde el siglo XVIII a base de nieve transportada con
burros desde la Sierra de Béjar.

Después de conservar alimentos, enfriar bebidas y servir de
antiinflamatorio durante décadas, la llegada de la electricidad a finales del
siglo XIX relegó a este espacio, reconvertido después en almacén de tejidos,
pero también en ‘cubo de basura’, como recuerda el arqueólogo Francisco José
Vicente, quien estos días muestra también sus dotes interpretativas en las
visitas teatralizadas por las que han pasado cientos de personas en lo que va
de verano.

Para alguien que vive en la comodidad actual de abrir la
nevera de su casa y encontrar allí todo tipo de alimentos frescos, estremece
pensar en los trayectos nocturnos de unos 90 kilómetros que completaban en
carro los trabajadores de esta ‘nevera’, para portar nieve serrana en sacas y
tinajas de barro.

La nieve, en barro y en burro

Por las bajas temperaturas, eran las noches de entre
noviembre y febrero las más propicias para realizar esta labor, que luego había
que completar en el propio Pozo de Nieve con la ayuda de paja limpia, que
ejercía de aislante y a la vez de separador entre capa y capa del hielo para
conservarla así durante todo el año.

El momento exacto en el que comenzó a funcionar esta
infraestructura fue 1738, al abrigo del antiguo Convento de San Andrés -ya
destruido-, pero no fue hasta 2009 cuando la arqueóloga Elvira Sánchez se topó
con esta joya de seis metros de diámetro y comenzaron los trabajos de
recuperación, condicionados porque en este espacio confluyen también la última
muralla que guardó Salamanca y unas galerías subterráneas que le aportan
misterio.

Estos túneles fueron descubiertos casi por casualidad por la
propia Elvira Sánchez y su compañero de profesión Carlos Macarro, quienes
desentrañaron así un antiguo sistema de túneles labrados en la piedra para
transportar agua y también el aliviadero del propio Pozo de Nieve.

 

De la antigüedad de estas cavidades hablan las numerosas
estalactitas de hasta diez centímetros que afloran en algunos de los techos de
roca caliza y formadas por la humedad de este espacio por el que fluye un agua
cristalina, que eleva su nivel freático en invierno y permanece estable en
verano, igual que la temperatura.

Esta Salamanca oculta, presente también en el cercano
espacio de La Cueva, alimentado por la mística literaria del Marqués de Villena
y la brujería, ofrece pistas de algunos de los acontecimientos históricos que
han marcado el devenir del tiempo en esta ciudad.

Historia en conserva

El lugar en el que hoy se encuentra el Pozo habla al
visitante de los cuatro acontecimientos históricos que han marcado la fisonomía
patrimonial de Salamanca, mermada por la destrucción de numerosas iglesias,
monasterios, conventos, palacios y casas en los últimos siglos.

Son las ‘cicatrices’ de la Riada de San Policarpo (1626), el
terremoto de Lisboa (1755), la Guerra de la Independencia (1808-1814) y la
Desamortización de Mendizábal (1836). Todas ellas afloran, como si estuvieran
entre alguna de las capas de nieve y paja, durante la actual visita al Pozo.

 

En las visitas teatralizadas, el actor que interpreta a un
pescador de deseos, al secretario del Duque de Béjar que hizo negocio con el
hielo y a uno de los pobladores de la ‘Salamanca oculta’ acerca la mística de
este fresco espacio, que entre otros pudo acoger en sus muros a San Juan de la
Cruz en su paso por la ciudad.

Un lugar casi mágico

“Es un lugar muy especial, no sólo por el tamaño que
tiene el Pozo sino por todo lo que hay alrededor, ese Convento de San Andrés,
esas galerías subterráneas que sorprenden a la gente…”, ha reflexionado
el arqueólogo que realiza las visitas guiadas, ahora enriquecidas con la
teatralización.

El Pozo de Salamanca se ha convertido en un puntal del
patrimonio de la ciudad, con muchos visitantes salmantinos por el generalizado
desconocimiento del paraje, que poco a poco va corrigiéndose a través de estas
exclusivas visitas, ya que únicamente acceden unas veinte personas por turno.

“Era un elemento que estaba ahí, en documentación, que
la gente de alrededor lo conocía, pero pasaba desapercibido y al final lo hemos
convertido en un lugar casi mágico”, ha celebrado Vicente.

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