La paranoia del fango

La paranoia del fango

En psicología se llama «efecto espejo». Consiste en atribuir al otro el vicio que uno mismo frecuenta y no acepta. Es lo que ocurre cuando el universo sanchista dice que existe una enorme conspiración mediática, política y judicial basada en bulos para desestabilizar al Gobierno. El sanchismo ha convertido esa paranoia en una forma de gobernar. Como sus acuerdos con Bildu y Puigdemont son siempre secretos y vergonzantes, atribuye a la oposición, a los medios y a los jueces el mismo sistema.

Si la Audiencia Provincial de Madrid da la razón al juez Peinado, y dice que su investigación no es prospectiva, sino que está basada en indicios razonables, el sanchismo lo interpreta de forma contraria. Solo así Pilar Alegría, portavoz del Insondable, puede decir que el auto de dicho tribunal les da la razón. No solo esto es falso sino que es una declaración de parte, porque, que se sepa, Begoña Gómez no pertenece al Gobierno ni es una institución pública. Claro que hablar de falsedad y sanchismo es como disertar sobre Beethoven y las sinfonías: va de suyo.

El universo sanchista está instalado en la paranoia alucinatoria de que la justicia les tiene manía. Cada vez se parecen más a los terraplanistas, incapaces de ver la curvatura de la Tierra, obcecados en su revelación como cerriles altavoces de una conspiración que no existe. Donde hay realidad, solo ven conjuras. Sin embargo, los tres delitos por los que se investiga a la Esposísima, inmersa en una sospechosa efervescencia profesional resultado de su maridaje presidencial, no parecen productos de la máquina de fango.

Esta paranoia sanchista procede de varios sitios. El primer foco es la personalidad narcisista del presidente que, como tal, es incapaz de asumir un error y traslada de forma automática cualquier tropiezo a otra persona. En este caso es evidente. Begoña, dicen, no incurrió en tráfico de influencias, corrupción en los negocios, ni apropiación indebida de un software de la UCM, sino que los malvados ultras han urdido un complot. Si así es, si es fango, si es «pedalear en el vacío», ¿por qué ponen tantos problemas a la investigación y sacan a la Fiscalía y a la Abogacía del Estado en su defensa? Los nervios del marido profundamente enamorado y el celo demostrado por su cohorte ministerial y aledaños casi son incriminatorios. Una crisis no se gestiona perdiendo la compostura.

El segundo foco de la paranoia es que se trata de la primera mujer de un presidente del Gobierno, desde Carrero Blanco si me apuran, incluso me puedo ir a 1876 o 1931, que es investigada por corrupción. Eso sí es pasar a la historia en letras doradas. Y si cae una condena, por mínima que sea, y lo del software tiene mala pinta, romperá un techo de cristal en la Europa democrática nacida en 1945.

Frente a esta realidad, el sanchismo paranoico repite una y otra vez el mismo argumento. La cantinela es que los indicios que incriminan a Begoña Gómez en los delitos señalados son falsos, nada más que bulos procedentes de una gran confabulación. Es imposible, dicen, que salga ninguna verdad de quien no es progresista, de los que no apoyan ciegamente a Sánchez. Si critican al presidente y a su señora es por envidia o impulsados por motivos espurios. La paranoia les lleva a recurrir al viejo truco de descalificar a la persona para desautorizar sus palabras y acciones. Por eso insultan a Peinado y a los medios que publican las noticias que molestan tanto en La Moncloa.

De momento, nada de lo publicado es mentira, ni el juez busca notoriedad acusando falsamente a la Esposísima, ni hay lawfare ni prevaricación. Tampoco son pseudomedios los periódicos que dieron las noticias, ni sus periodistas resultaron ser unos chupatintas a sueldo de una conspiración contra el PSOE. El remedio para perturbaciones como la paranoia conspiranoica es irse a casa, o que te pongan allí los electores.

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