La revolución de los ricos

La revolución de los ricos

Hace unos días, Daniel Innerarity escribía una tribuna titulada Los reaccionarios, cuya tesis fundamental, muy sensata, es la de que “defender la democracia no pasa hoy por intensificar el combate entre la izquierda y la derecha, sino por acudir en ayuda de la derecha clásica, que no se está entendiendo correctamente a sí misma”. Esta frase desvela esa mitad que nuestro narcisismo tuerto a menudo no ve. Políticamente, es cierto, la crisis democrática tiene menos que ver con la deserción de una sedicente izquierda verdadera que con la ausencia de una derecha conservadora civilizada. Ahora bien, si los humanos repetimos la historia no es porque no nos la sepamos de memoria, sino porque no la vivimos. Sabemos, sí, que los impulsos fascistas (llamémoslos así por abreviar) se imponen socialmente cuando las derechas clásicas, para defenderse de las izquierdas y creyendo poder recular después, acaban manteniendo relaciones incestuosas con los monstruos. La pregunta es: ¿de qué izquierdas se están defendiendo hoy nuestras derechas iliberales? Por mucho que agiten ese fantasma en sus arengas, ya no existen ni el socialismo ni el comunismo ni hay ninguna revolución en ciernes. Alguna vez he dicho que los pobres se rebelan cuando no tienen nada que perder y los ricos cuando no tienen nada que ganar. Pues bien, creo que para el sector neoliberal de la economía capitalista la democracia misma, en su versión más “burguesa”, es hoy un obstáculo tan grande para sus intereses como otrora lo fuera el comunismo. Por eso la llaman “comunismo”. El fascismo es, sí, una revolución de ricos que ya no tienen nada que ganar. Pero, ¿por qué se suman también los pobres?

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