La sociedad de la comodidad

La sociedad de la comodidad

Nos hemos vuelto tan cómodos, que cuesta creer que hace 35 años podíamos atravesar España en pleno agosto en un 127 sin aire acondicionado. Claro, dicen algunos que es que entonces no hacía tanto calor ni había cambio climático. Bueno, emergencia climática o no, en la España agostera siempre hizo un calor insoportable. Sólo que como no había aire acondicionado, viajábamos sin aire acondicionado. No quedaba otra. Entrabas en el coche con 5 maletas, 2 garrafas de agua, las 4 ventanillas bajadas y el aire caliente circulando por habitáculo, para tragarte 600 kilómetros en un día y llegar vivo al punto de destino. Miente quien diga que es mentira. Hacía tanto calor como ahora o más. El problema es que cada vez estamos menos preparados para la adversidad. Si al dolor más leve respondemos con paracetamol, llega un momento en que carecemos de umbral de dolor. O de umbral de frío y calor. Decir que había quien pasaba los inviernos a semi-cero sin calefacción equivale a ser tildado mentiroso, pero así los pasaba mucha gente, con el brasero de carbón y cuatro mantas para dormir. Comiendo, eso sí, como se debe comer en invierno: guisos fuertes y calientes y nada de dieta porquería light. Ahora todo es tan artificial que ya casi nadie sabe preparar un gazpacho de verdad. Antes se hacían a mano en la cocina. Buenos no, lo siguiente. Y después a dormir la siesta en habitaciones con muros gruesos de piedra que aislaban de verdad. Ahora los muros son mera referencia, pues se los lleva el viento a la primera o son pasto de las llamas como en el edificio de El Campanar que ardió en minutos el pasado año en Valencia. No tenemos umbral de dolor ni de calor y tampoco para la enfermedad. Al mínimo de fiebre hay que tomarse un antipirético para evitarla, desconociendo que el cuerpo necesita ese calor para superar la enfermedad, y que si la suprimimos de inmediato estamos animando a los patógenos a avanzar sin remisión. Antes nos poníamos cinco o seis vacunas, y estaba bien así. Ahora a los niños les ponen cuarenta, impidiendo que desarrollen inmunidad natural incluso hasta para un resfriado. Camilo Taufic escribió en los 70 un libelo contra la «clase ociosa» que cada día es más una realidad palpable, con el añadido de que, amén de ociosos, estamos también idiotizados. Gente enganchada todo el día al TikTok mostrando sus modelos veraniegos, el tapeo en Facebook y otras naderías en los grupos de Whatsapp. Avanzar tiene sentido cuando avanzamos en consciencia. Avanzar por consumir es tirar la civilización a la basura. La IA y la robótica nos aborregan de tal manera que somos más cómodos, cierto, pero también más esclavos. Las grandes corporaciones nos llevan por donde quieren sin darnos cuenta de ello. Decía Chomsky que la mayoría de la gente no sabe lo que pasa y que, además, no sabe que no lo sabe. Lo que es aún peor. Vivimos tan panchos pensando que nunca hizo este calor, y que la medicina avanza tanto que a base de pildoritas vamos a vivir cien años. Ni tan siquiera nos cuestionamos lo que nos cuentan. Para qué, mejor que nos den todo ya hecho, y listo. La sociedad de la comodidad en su esplendor.

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