La vida recuperada del primer marchante de Picasso

La vida recuperada del primer marchante de Picasso

En la National Gallery of Art, en Washington D.C., hay retratos de todo tipo, como el de una joven con sombrero rojo por Vermeer, el de la Marquesa de Pontojos por Goya o el de Napoleón por David. Hay uno que destaca en esta colección por su aparente sencillez, aunque actualmente no está en exhibición. Titulada «Petrus Manach», esa obra está realizada por un jovencito que respondía al nombre de Pablo Picasso, nos ofrece la imagen de quien fue el primer marchante del pintor, alguien que solamente ha quedado convertido en unas pocas páginas en la biografía del malagueño. Es como si fuera una nota a pie de página, pero probablemente esto sea consecuencia de haber sido poco estudiado, que su huella se haya difuminado con el paso del tiempo.

Un libro permite ahora seguir los pasos de aquel vendedor de cuadros. Se trata de «Pedro Mañach, primer marchante de Picasso», un estudio firmado por Rafael Inglada y Mariàngels Fondevila Guinart, publicado por SD Edicions. Es la primera vez que podemos conocer con detalle quién fue aquel hombre que era intermediario entre galeristas y artistas, algo nada fácil si se tiene en cuenta que buena parte de su archivo despareció durante la Guerra Civil, además de la destrucción de materiales por parte de su viuda.

Empecemos por el principio y ese es el saber que nuestro protagonista nació en Barcelona el 23 de marzo de 1869, siendo hijo de lo que hoy llamaríamos emprendedor, un buen ejemplo de lo que los autores del libro denominan como «representación del obrero catalán autodidacta con una inteligencia y un anhelo de progreso».

Parece que el niño Mañach, como sospechaba Josep Palau i Fabre, se relacionó con círculos culturales gracias a su padre y su tío. Probablemente hacia marzo de 1894, se instaló en París ya convertido en un joven que simpatizaba con el movimiento anarquista, hasta el punto de aparecer su nombre en la agenda del pedagogo Francesc Ferrer i Guardia.

En la capital francesa, Pedro Mañach abrió una tienda dedicada a las antigüedades, hecho que le hizo comprar y vender obras de arte, además de poder contacto con algunos de los pintores y marchantes del momento. Fue en otoño de 1900 cuando llegaron a la ciudad del Sena, procedentes de Barcelona, dos jóvenes con ganas de conocer un nuevo mundo y probar fortuna en él. Se llamaban Carles Casagemas y Pablo Ruiz Picasso. Fue un amigo común, el gran artista Isidre Nonell, quien les proporcionó el contacto de Mañach. Picasso no tardó en invitarlo a que se pasara por su taller parisino en la rue Gabrielle. Un poco más tarde, Casagemas explicaba en una carta a los hermanos Jacint y Ramon Reventós que «ya ha venido el señor que esperábamos. Ha estado bastante rato aquí, ha visto los cuadros y es seguro que nos comprará alguno. Ahora estamos esperando la contestación y los dineros si es que nos ha comprado alguno. el corredor es un tipo que se llama Mañac y que se cobra solamente el 20 por ciento».

A Mañach le fascinó lo que vio en ese estudio, obras de temáticas españolas y que tenían una muy buena acogida entre los coleccionistas de aquel tiempo. Pedro Mañach fue muy generoso con Picasso hasta el punto de pagarle un salario e invitar a clientes a que acudieran a su estudio de la rue Gabrielle para que les pintara su retrato. Por otro lado, en esos años Picasso fue vigilado por la gendarmería, sospechoso de ser anarquista por su relación con el marchante.

El libro que se edita es una pieza importante en el universo picassiano, haciendo que deje de ser casi anónimo ese empresario que acabó muriendo en Barcelona en 1940, dedicando sus últimos años a la lectura, ir a misa y frecuentar a amigos, como la familia Jujol. Picasso ya quedaba lejos.

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