Las cosas de Alberto Conejero: festivales y Leonora Carrington

Las cosas de Alberto Conejero: festivales y Leonora Carrington

Alberto Conejero (1978) ha pasado el último fin de semana en mitad de la Plaza de España de Madrid. Allí, dentro del Festival de las Ideas, dispuso una “fechoría”, dice, en forma de díptico (“Devoción/Requerimiento”); un combate dialéctico entre Belén Ponce de León y Carlos Olalla donde se profundizó en la teoría de la “ósmosis emocional” y en cómo todo es susceptible de contagiarse. Igual que un bostezo en una sala de conferencias, la indignación, el rencor y el odio se propagan sin control, pero también el amor y la compasión.

“Los casos extremos de contagio emocional serían las neurosis colectivas, o los fenómenos sociales en los que se producen alucinaciones o delirios colectivos: desde las apariciones marianas a los brotes de xenofobia. Al mismo tiempo, la atribución de neurosis colectivas también está cargada políticamente, como cuando se hablaba de la histeria o de otras condiciones”.

Pero el Festival de las Ideas ya pasó y Conejero mira a un proyecto que le toca de lleno; otra velada, aunque esta vez en casa, en Vilches, Jaén: COSA (Festival de Teatro de Cuerpo, Objeto y Sitio Específico de Andalucía). Una cita que comenzará el 26 de septiembre con su primera edición y que el dramaturgo dirige tras su salida del Festival de Otoño. Asegura que no tenía en mente continuar en la gestión; sin embargo, no puede decir “no” a su tierra. “Comprendí que eran cuatro días a una escala muy íntima y que me permitía compaginarlo con mi labor como creador, que es lo que soy y por lo que me gustaría ser recordado”.

Y si alguien tiene dudas de la principal labor del autor solo tiene que mirar a dos de sus últimas piezas, “En mitad de tanto fuego” y “El mar”, que no paran de girar por los escenarios nacionales; o la reciente publicación de “Leonora” (Pepitas), donde rodea la poesía la vida de Leonora Carrington.

De su salida del Otoño, Conejero solo tiene una espina clavada, el “que no se publicaran las cifras de la última edición, que eran para celebrar, pero no dependía de mí”. Por lo que sea, comenta, no interesó pese a que “en cuanto a ocupación, presupuesto y recaudación fue la más exitosa en décadas. También desde el punto de vista cualitativo y del aprecio del público”.

El Premio Nacional de Literatura Dramática (2019) reconoce la labor del gestor como “un mediador entre las tensiones que se establece entre la cultura y los intentos del poder por controlar los discursos”. No oculta que vislumbra “una lectura partidista en los distintos signos políticos” de las creaciones, lo que le lleva a renegar de cualquier posibilidad, por liviana que sea, de “trabajar para un partido”.

Asegura el de Vilches que entiende la dirección de un festival como COSA “no como un premio, sino como una responsabilidad ante mi sector y la ciudadanía”: “Es una deuda familiar y poética que tenía”. Así que, para esta primera edición, ha contado “con gente que pueda arrimar el hombro, que sienta la ilusión de inaugurar esto”. Sobresalen, por ello, los nombres de Luz Arcas, Xavier Bobés o El Patio Teatro, que hacen un alto en sus giras internacionales (México, Estados Unidos e Italia, respectivamente) para viajar hasta Jaén y sumarse a una cita que se extenderá hasta el 29 de septiembre.

Más de veinte representaciones se podrán ver en un fin de semana largo que ha involucrado a todo el pueblo. “Nos han abierto sus casas y nos las han cedido para que se puedan quedar las compañías porque no quedan alojamientos. Considero que la organización la componen los 5.000 habitantes”. Los vilcheños se apartan por unos días de las cofradías de aceite para entregarse a las artes escénicas del mismo modo que lo hacen cada año en Vildanza (dirigido por Catalina Coury y Mario Bermúdez Gil). “La apuesta es convertir Vilches en un pueblo de festivales y convertir Jaén en epicentro del arte. Hablamos de una provincia olvidada y maltratada que necesita este tipo de estímulos”, apunta Conejero.

Y con COSA solo pendiente de su inauguración (y mirando al cielo para que no llueva), es inevitable no hablar con el andaluz y no introducir a Leonora Carrington en la conversación. “No sé si es un poema o una obra de teatro”, anticipa. “Los libreros me preguntan en qué estantería deben colocar ‘Leonora'”. Él lo tiene claro: “En ambos lados” porque su libro, igual que la pintora surrealista, asegura, “se resiste a etiquetas”.

Cuando Alberto Conejero ya tenía en la cabeza la escritura de este título, apareció ante él la exposición sobre la artista de la Fundación Mapfre, en Madrid. Fue una “Revelación”, que se llamaba la muestra. “Leonora me estaba llamando” y él la acogió en su seno, junto a otros “ángeles averiados”, señala, que ya se sumaron en su día a la colección conejera: Rafael Rodríguez Rapún, Montgomery Clift, Patroclo…

El dramaturgo ha creado un poema dramático enel que se abordan, entre otros, temas como la fragua de la vocación artística, la imaginación como potencia salvífica o la relación entre creación y herida. “He querido ensanchar la fotografía de ella. Evitar el peligro de la romantización de su sufrimiento y hablar de la creación como pértiga para saltar por encima de los dolores, la capacidad del arte para sanar heridas. No se trata del dolor, sino qué hacemos con ese dolor”.

“Leonora” comienza con el nacimiento de la protagonista en Reino Unido “y la dejo en el barco que le lleva a América”; a Nueva York, primero, y a México, después. Y en ese camino es obligada la parada en la experiencia española de la pintora, adonde llegó huyendo del nazismo. Un paso violento por Madrid y Santander en el que, en lugar de ensañarse con la violencia psiquiátrica y física que sufrió, se resalta “la capacidad de pervivencia”, señala el autor.

“El sol lo ilumina por la espalda. Su silueta a contraluz arroja chispas en la cubierta. Aquí hay gente de todos lados: judíos, muchos judíos, españoles, franceses, portugueses, griegos, ingleses, turcos… Un acordeón toca una vieja melodía de gitanos. Avanzo hacia la proa y en el horizonte vislumbro el espíritu de mi madre y el de la madre de mi madre y el de todas mis ancestras, y, con ellas, a todas las Leonoras que fui y a las que esperan chiquititas por nacer. El barco atraviesa el océano como un estilete. Ahora sí que veo alas por todos lados, ¡por todos lados! Va quedando lejos la orilla. Distingo formas que se agitan allí. Son los caballos de mi padre. Relinchan desesperados porque nunca podrán cruzar el mar. Nunca podrán alcanzarme”, cierra el libro.

Leonora Carrington sobrevivió a todo, salvo a la propia vida, claro. Pero “peleo por su voz” y lo logró. E incluso “se deshizo a golpes de esa etiqueta de musa de Max Ernst”, concluye Conejero.

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