Las flores en el arte: no dar nunca una rosa por hecha

Las flores en el arte: no dar nunca una rosa por hecha

En Finlandia, antes de que el país entrara en la Unión Europea, las flores eran muy caras, igual que las frutas y las verduras, a excepción de las patatas y muchos tipos diferentes de bayas, algunas tan especiales como la delicatessen del hielo, la lakka o mora ártica, emparentada con los rosales. Y, sin embargo, las flores eran un regalo tan usual que se vendía incluso a deshoras en la estación central una tarde de domingo, cuando los comercios 24/7 no habían llegado a Helsinki. Recuerdo haber comprado, cuando mis finanzas de estudiante lo permitían, ramos pequeños y camuflados. Al cabo de los meses me seguía asombrando esa especie de cucurucho que envolvía las flores por completo para proteger a las frágiles criaturas de la nieve y, frente a la imagen del objeto blindado como una pulsera de Tiffany, regresaba a mi memoria una frase audaz del profesor y crítico de arte Ángel González: “Las flores son las joyas de los pobres”.

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