Las guerras de la derecha

Las guerras de la derecha

Asistimos a un brote de desavenencias entre el Partido Popular y Vox. Ocurre en plena campaña de las elecciones europeas, pero ya hubo desencuentros notables en la reciente campaña catalana. La proximidad de las urnas aviva las diferencias. Los planes del PP son ir absorbiendo a los militantes y, sobre todo, a los votantes más moderados de la formación de Abascal, reduciendo esta a límites tolerables en el extremo del tablero, mientras que los dirigentes de Vox, cada vez más arriscados y envalentonados por los apoyos internacionales, aspiran a disputar a los populares, si no la hegemonía, una mayor parcela de la derecha, desde la que actuar con más radicalismo. Es una lucha comprensible, aunque no sucede en el momento más oportuno, cuando era presumible asistir al esfuerzo conjunto para acabar con el sanchismo desfalleciente. Por el contrario, da la impresión de que Sánchez y Abascal, confirmando el dicho de que los extremos se tocan, forman de hecho una pinza que impide el cambio de ciclo político.

Si no hubiera ocurrido el desgajamiento de Vox, por razones más emocionales que racionales, del tronco común del centro-derecha, a estas horas Pedro Sánchez no estaría en La Moncloa. Esta división, con la actual ley electoral, reduce considerablemente la posibilidad de que haya alternativa. Además da pie al dirigente socialista a exhibir el fantasma de la ultraderecha, que es su principal argumento para mantenerse en el poder. Viene observándose desde hace tiempo, con algunos altibajos, un decaimiento electoral de Vox, con un trasvase de la gente menos montaraz y más consciente a la casa común. El PP es, objetivamente, la alternativa posible y esperada.

Una labor fundamental del Partido Popular Europeo y de su homólogo español consiste en absorber los elementos políticos más valiosos surgidos a su derecha y frenar el avance de la extrema derecha. Los populares, que son depositarios de la mejor herencia europeísta, son hoy la principal barrera contra esa expansión ultra, tan en auge y tan temida por muchos. El partido que conduce con buena mano Alberto Núñez Feijóo, digan lo que digan Sánchez y Abascal, tiene una tarea acuciante: aclarar de una vez su relación con Vox. ¿Socios o adversarios? Sobran las ambigüedades. La experiencia de compartir, cuando ha sido preciso, el poder municipal y autonómico, tendrá que evaluarse. Puede ser una rémora o la mejor forma de buscar la convivencia y moderar ímpetus poco recomendables. Eso o la ruptura radical a cara de perro, y el que más chifle, capador. Hoy, como se ve, la absorción callada produce irritación en las almas de cántaro.