Las lentejas de Mona Jiménez: intriga, carnalidad y política

Las lentejas de Mona Jiménez: intriga, carnalidad y política

A más de uno el recuerdo de Mona Jiménez le provoca una profunda inhalación que saca de los recovecos de su memoria el olor que desprendían sus afamadas lentejas. Paloma Barrientos las mencionó la semana pasada en estas mismas páginas al hablar de su libro «Isabel Preysler, reina de corazones (actualizado)». Si el efluvio de esta insignificante legumbre hizo saltar chispas entre Miguel Boyer y la socialité, ¿qué no pasaría en las veladas diurnas que organizaba aquella periodista peruana?

Nuestra curiosidad, nada malsana, por cierto, nos lleva a Julio Ayesa, relaciones públicas de la época y mucho más: diplomático, abogado, amigo de la realeza europeo y uno más en la jet set internacional. Él era uno de los convidados de Mona y desde París sonríe cuando le preguntamos por ella. Nos confirma que, efectivamente, algo había en aquellas lentejas que alteraba la razón de quienes las probaban. O tal vez era que esta peruana afincada en Madrid transfería a sus cazuelas su propia fuerza sumiendo a sus comensales en un furor lascivo difícil de apaciguar. Los más prudentes opinan que la lujuria estaba detrás de las paredes mal insonorizadas del apartamento contiguo, en la calle Capitán Haya.

«Por allí pasaron todos los políticos y empresarios de la época, además de mujeres de clase acomodada. Mona tenía ese don de convocatoria sin más reclamo que unas humildes lentejas que, para colmo, ni siquiera estaban buenas. Nadie levantaba la voz», recuerda Ayesa antes de contarnos que él fue quien presentó a Preysler y a Iglesias, así como al barón Thyssen y a Tita Cervera. Al refrescar su memoria, se le agolpan las anécdotas: «Uno de los habituales en las lentejas era el duque de Cádiz y en ellas conoció a Mirta Miller».

Cuenta también que las lentejas de Mona fueron las causantes de que Ramón Mendoza bebiera los vientos durante un tiempo por una socialité casada cuyo nombre dice no recordar. Lo que no se le olvida es que aquello fue uno de los grandes escándalos de la época. Aquellas veladas nutrían de chascarrillos crónicas en las que de lo más liviano, como los puros de Enrique Múgica o el apetito impaciente de Fraga, se pasaba al desconcierto que despertaba en las esposas la presencia de Preysler. Elena Arnedo, casada con Boyer, recibió la llamada tempranera de algún chivato que le informó del flirteo del marido. Hasta Patricia Llosa se asomó por allí escamada por tanto realismo mágico.

De Mona Jiménez se sabía poco. Era locuaz, generosa y oronda en forma y fondo. Accedió a la élite de la mano de Emilio Romero. Murió en Perú en 2021 y tuvo un único hijo con un pintor. Puso plato a castos, liberales, bohemios, pijos, conservadores, comunistas y descamisados. Todos se quitaban la chaqueta, pero no faltaron tejemanejes políticos y económicos. Según cuentan, la cacería a Suárez pudo empezar al calor de las lentejas. Como escribió Pilar Urbano, «todos estamos conspirando». En mayo del 83 echó el cierre a esas lentejas que tenían el poder de transformar a quien las probaba.

Y de las lentejas a los garbanzos de Marilé

De esas lentejas que Emilio Romero definió «versallescas», tomó el testigo Marilé Zaera, directora de relaciones públicas entre 1980 y 1992. Intuitiva, valiente y con estupenda planta, aprovechó su don de gentes para organizar citas gastronómicas en la bodega del restaurante Casa María de la Plaza Mayor. «Mi propósito era que políticos, intelectuales, empresarios y periodistas se encontrasen y dialogasen al calor de un cocido madrileño. Era algo puramente intelectual, nada carnal», nos dice haciendo un guiño a Mona, a quien conoció. Tuvo como invitados a Manuela Carmena (en la imagen), Begoña Villacís, Esperanza Aguirre o Baltasar Garzón. «Fueron encuentros divertidos, saludables y muy exitoso, aunque en este caso fue la pandemia la que obligó a poner fin».