Líbano o el drama sin fin

Líbano o el drama sin fin

El Líbano vuelve a estar en todos los noticiarios. Y nuevamente por la violencia armada que lleva asolando el país sin tregua desde la Guerra Civil de 1975. Sucumbió entonces al efecto catastrófico que tuvieron las sucesivas guerras que enfrentaron a los palestinos con Israel, a causa de las oleadas sucesivas de palestinos desplazados que huyeron de la ocupación israelí y se refugiaron en los países limítrofes. Entre estos, Jordania y Líbano.

Es de sobra conocido que con anterioridad a la guerra el Líbano era el país de Oriente Medio donde mejor se vivía. Sus poco más de 5 millones de habitantes (a día de hoy) gozaban de más libertades y prosperidad que ningún otro país de la región. Más incluso que Israel, país sacudido por las guerras con el mundo árabe y por el conflicto permanente con Palestina. Por eso la llamaban la Suiza de Oriente Medio.

La gran diferencia con respecto al resto de países del mundo árabe es que en el Líbano el grupo social más influyente era la minoría católica: los maronitas, una suerte de confesión cristiana de rito ortodoxo pero de obediencia papal. La Constitución libanesa impone que el presidente del país sea siempre un cristiano maronita mientras el jefe de gobierno (el primer ministro) es sunita y el presidente del Parlamento chiita. En la actualidad, parte de los maronitas y chiitas (Hezbola) son aliados y mantienen una buena relación con el presidente sirio Bashar Al Asad. Al punto que el líder de Hezbola, el jeque Hasan Nasralá, prestó significativamente su apoyo públicamente al maronita Suleiman Franyie en 2023 para la presidencia del país, lo que no prosperó por la oposición de los partidos cristianos. Con lo que el Líbano sigue hoy con una presidencia del país vacante.

Hasta 1975 las diferentes religiones habían convivido sin mayores problemas. Las 18 confesiones cristianas y los musulmanes, mayormente sunitas en Beirut y chiitas al sur, en la frontera con Israel. La nakba –así es como denominan los palestinos a la catástrofe vivida por su pueblo- contribuyó a alterar los equilibrios con la llegada masiva de los refugiados palestinos, mayormente sunitas. La guerra civil se desencadenó precisamente por unos tiroteos entre milicianos palestinos (sunitas) y milicianos maronitas, en enero de 1975. Y dio pie a una guerra que no logró frenarse ni con la intervención de la Liga Árabe en misión de paz.

Al punto que en 1982 –tras el asesinato del presidente libanés Bashir Gemayel– aconteció la masacre en los campos de refugiados palestinos de Sabra y Shatila, al oeste de Beirut. Murieron centenares de palestinos (miles según las fuentes) a manos de las milicias falangistas libanesas (maronitas) con la complicidad del Tsahal (Ejército de Israel). Luego en 2005, sería asesinado el ex primer ministro libanés Rafik Hariri (sunita), con un coche bomba del que se responsabilizó a Hezbola (chiitas) aunque también se acusó a los Servicios Secretos sirios en el Líbano.

Además de las comunidades cristianas y musulmanas que suman más del 90 por ciento de la maltrecha sociedad libanesa, también destaca la minoría drusa que vive en la zona más montañosa del país. Representan a poco más del 5 por ciento de los libaneses. Los drusos surgieron del chiismo. Pero hoy no se reconocen a sí mismos como musulmanes.

Como en Bosnia, poco más de 3 millones de habitantes, donde un día se rompió la convivencia entre sus habitantes de diferentes confesiones religiosas: serbiobosnios (ortodoxos), bosnio-croatas (católicos) y bosniacos (musulmanes). La mayor diferencia es que la violencia armada se terminó en Bosnia con el fin de una guerra que dejó más de 100.000 muertos en el país mientras el Líbano sigue sin ver a luz al final del túnel.

Si hasta abril de 2005 fue Siria quien tuteló los destinos del Líbano, la guerra civil que se desató en aquel país a raíz de la primavera árabe ha cambiado nuevamente las tornas. Ahora hay más de un millón de refugiados sirios en el Líbano. Lo que nuevamente ha vuelto a alterar los equilibrios y complicado una sociedad ya muy empobrecida y con enormes carestías.

Buena parte de los refugiados sirios son cristianos. Y eso, por dos motivos. El primero, por la persecución religiosa que se desató en Siria de la que han sido víctimas los cristianos, entre el 15 y el 20 por ciento de su población. Huir de un país donde se persigue a la comunidad cristiana para refugiarse en otro donde, cuanto menos, se la discrimina, es pasar del fuego a las brasas. Y en segundo lugar porque, pese a todo, el Líbano sigue siendo el único país árabe donde los cristianos son una comunidad sólida y con una enorme influencia en el país.

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