Lisboa se muere de éxito

Lisboa se muere de éxito

El símbolo de Lisboa, romanticismos aparte, es el tuk-tuk. Los hay con tigres en el techo, con decoración floral de plástico, pintados de rosa chicle o disfrazados de tranvía, cualquier elemento que ayude a destacar entre la marea de triciclos preparados para mostrar a miles de turistas las 5, 10, 15 o 20 cosas que no deben perderse en la capital portuguesa. El tranvía domina en las postales y los imanes, pero el tuque-tuque se ha apoderado de las calles. Cuando ambos coinciden en las ruas estrechas y empinadas que suben hacia el castillo de San Jorge se forman a veces colapsos históricos. Los tranvías son transportes rígidos, incapaces de apartarse un milímetro de su ruta, mientras que los tuk-tuk van a salto de mata, burlan a menudo las normas de tráfico para facilitar una buena fotografía y proporcionan a sus pasajeros esa sensación frívola, tan vacacional, de que están en una república despreocupada donde cada uno hace lo que quiere. Y así, sin darse mucha cuenta, Lisboa ha entrado en el club de las ciudades carismáticas que ya solo hacen felices a los visitantes.

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