Vivimos a toda velocidad. No disfrutamos el momento: lo engullimos atropelladamente, sin masticar, a la espera de que llegue el siguiente instante que tragar. Consultamos constantemente el móvil, necesitamos estar informados al segundo, enviar un comentario que a veces (casi siempre) puede esperar, ser los primeros en conocer la noticia que va a suceder. Los mensajes de WhatsApp, las notificaciones de las redes sociales, las alarmas y avisos en los dispositivos, todo nos obliga a hacer el mayor número de acciones en el menor lapso de tiempo. Y lo antes posible; mejor, inmediatamente. Escuchamos aceleradamente los mensajes de voz e incluso le damos a la opción de reproducción a doble velocidad para ver un vídeo, una serie o una película en la mitad de tiempo.
Lo mejor de la prisa es disfrutar de la pausa
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