Los bloqueos creativos de Kafka a subasta

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Hay quien prefiere concitarse a la ridícula virilidad de la genitalia para encontrar la inspiración que no llega y optar como Javier Gutiérrez en “El autor” –aquella cinta de Manuel Martín Cuenca sobre la ficción y la complejidad del proceso creativo– por colocar sus testículos fríos encima de la mesa donde se escribe o a través de movimientos circulares agitarse desnudo por las limitaciones espaciales de la habitación en la que se encuentra con la esperanza de que aparezcan las musas. Y hay quien, para suerte de las detractoras del exceso de testosterona creadora, baja los brazos de manera consciente y acude al agarrotamiento de la pesadumbre, al refugio tramposo del sufrimiento, a la parálisis mental de la belleza atascada, a la obstrucción inevitable de los tormentos. Como le ocurrió a Kafka.

“Cuando las preocupaciones han penetrado hasta cierto nivel de la existencia, es evidente que cesan la escritura y las quejas”, le escribió a su amigo y editor, el poeta austriaco Albert Ehrenstein. “Mi resistencia tampoco fue tan fuerte”, admitía a modo de continuación el escritor existencialista en una carta extraña, íntima, confesional que ahora, coincidiendo de manera oportuna con el centenario de su temprano fallecimiento –con tan solo 40 años–, será subastada el próximo 27 de junio por [[LINK:EXTERNO|||https://www.larazon.es/internacional/oligarca-ruso-demanda-casa-subastas-sothebys-pagar-precios-inflados-obras-arte_20240109659d83b267d53e0001dbdb34.html|||Sotheby’s]].

Según los datos trascendidos, la carta, sin fecha, fue escrita entre abril y junio de 1920, cuando Kafka estaba siendo tratado por tuberculosis en una clínica de Merano enclavada en el norte de Italia. La imposibilidad para conformarse con lo que se abocetaba en su cabeza, ese bloqueo del escritor tan difícilmente abatible cuando el empeño de la voluntad se sitúa por encima de la realidad de las cosas, persiguió a Kafka durante toda su vida, pero tal y como se puede comprobar a través de sus diarios y tras esta reciente revelación epistolar, se vio exacerbado por su mala condición física.

Escrita de forma manual en un alemán cortés y legible, se cree que la carta, tal y como apuntan desde algunos tabloides británicos, es la respuesta de Kafka a la solicitud de Ehrenstein para que el autor de la “Metamorfosis” colaborara en “Los becarios”, la revista literaria expresionista que estaba editando en ese momento y que de manera sardónica parecía describir la etapa transitoria que en términos de inspiración estancada estaba atravesando un ya consolidado Kafka.

“Somos muy conscientes de hasta qué punto la escritura exigía intensamente a Kafka y requería profundas reservas de su fuerza interior. Nunca sientes que escribir sea fácil para él. Está agotado por esto, no es algo que surja fácilmente de él, y ese es un sentimiento muy profundo”, subraya Gabriel Heaton, especialista en libros y manuscritos de Sotheby’s. Se sabe, sin embargo, en contraprestación a esta supuesta tendencia inevitable a la resignación, que fue por esta época cuando el autor de “La Metamorfosis” se dejó atravesar por el ligero espasmo de los afectos inesperados embarcándose en lo que podría decirse que fue la historia de amor más intensa de su vida, con la periodista checa Milena Pollaková-Jesenská, quien justo acababa de traducir su obra, «El fogonero». Como el viento que se colaba en las poéticas rendijas del corazón de Iribarren desordenándolo todo, cuentan que ella contribuyó decisivamente a animarlo a superar su estancamiento creativo para escribir sus últimas obras maestras, «El castillo» y «Un artista del hambre». A veces todo resulta tan sencillo como la realidad impetuosa y revolucionaria de estar enamorado y el empuje involuntario que esto provoca para ser capaces de ordenar los miedos. Mucho mejor que lo de los testículos en la mesa, créanme.