Los días contados

Los días contados

La otra mañana cuando andaba por el monte me vino la idea (el aire del monte está siempre lleno de ideas) de que a lo mejor convendría bautizar ya a esta colaboración semanal, que el pasado día 3 de octubre cumplió seis años.

¡Seis años, que son 312 semanas! Con el paréntesis, claro está, de la pandemia, cuando el mundo se paró y los periódicos dejaron de publicarse y nos pareció que todo iba a cambiar a partir de entonces, que íbamos a hacer mejor las cosas porque así no se podía seguir, pero de aquellas promesas ya nadie se acuerda y hoy todo ha vuelto a ser igual, las mismas prisas por vivir, el mismo frenesí, el mismo despilfarro de los recursos naturales, que son escasos. Hablaba uno en aquella primera columna de las pensiones, y contaba el caso, real, del señor Patricio, que renunció a la pensión que con toda justicia se le había concedido (caminaba con dos muletas y a duras penas podía valerse por sí mismo) por considerar que otros habría que la necesitaran más que él, pero eran otros tiempos, los años 50 del pasado siglo, y otros también el temple humano y la mentalidad.

Y volviendo al principio: de entre todos los nombres que desde la otra mañana han ido llamando a la puerta, se me ha ocurrido que no estaría del todo mal ponerle el que da título al artículo de hoy: Los días contados.

Contados porque los días (azules, grises o negros; y algunos, demasiado largos para las pocas cosas que nos traen o lo escasamente que los aprovechamos) en que uno escribe es para eso justamente, para contar algo, lo que sea… Se cuentan cosas, algunas acaso sin que vengan a cuento; se cuentan cuentos, incluso cuentos chinos, y el cuento de la lechera, y el cuento de nunca acabar (los hay que viven del cuento, abundan los que le echan a todo mucho cuento y se sabe de algunos que tienen más cuento que Calleja); se cuentan mentiras, que pueden ser de tres clases: gordas (¡mentira y gorda!, protestábamos de niños), oficiosas y piadosas; se cuenta la verdad, que o bien escasea o bien es difícil de encontrar (por eso la frase se suele decir siempre así, con el verbo y el sujeto en singular); se cuentan secretos; se cuentan chistes (y chismes); se cuentan ovejas antes de dormir; se cuentan estrellas para entretenerse y soñar un poco; se cuentan los años; se cuentan los días y las horas cuando se espera con ilusión alguna cosa…

También los días contados porque son pocos y se pueden contar como quien dice con los dedos de la mano, y porque tienen, como todo lo que existe, un límite, una linde, un término, una frontera, un confín…

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