Los extremos se tocan en el festival de Utrecht

Los extremos se tocan en el festival de Utrecht

Hay muchas maneras de interpretar lo que el musicólogo Samuel Rubio llamó, en un estudio que llegó a traducirse al inglés y que se publicó originalmente en 1956, la “polifonía clásica”, entendiendo por tal la de los siglos XV y XVI, su época de mayor esplendor. Algunos grupos optan por hacerlo a capela, mientras que otros prefieren doblar, total o parcialmente, las voces con uno o varios instrumentos (de teclado, de viento, de cuerda). Los hay que prefieren tener un solo cantante por voz, mientras que otros se decantan por doblarlas, triplicarlas o, incluso, por interpretaciones abiertamente corales. No faltan defensores de no utilizar voces femeninas, como antaño, por estar prohibido su uso en las iglesias, pero, ante las diferencias entre los contratenores de hoy y los tiples de antaño, son muchos los que confían a mujeres las partes más agudas, que los más valientes (o, mejor, los coros con una tradición secular en este sentido, como los británicos: recuérdese el funeral de Isabel II en la Abadía de Westminster) deciden encomendar incluso a voces infantiles. Los grupos más o menos reducidos suelen interpretarla sin un director nominal, mientras que la mayoría prefieren no prescindir de esta figura, camuflada a veces como una especie de primus inter pares, una figura más o menos similar a lo que en el ámbito orquestal solía denominarse el violino concertatore.

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