Los mercenarios del sanchismo

Los mercenarios del sanchismo

Mi madre me decía hace unos años que, en ocasiones, es bueno tener mala memoria. Era un consejo sabio, pero nunca lo seguí. Estos días recuerdo lo que decían los mercenarios mediáticos y políticos del sanchismo contra Rajoy y su gobierno. Ha coincidido, también, con la conclusión del triste vía crucis de Paco Camps que sufrió el caso más brutal de lawfare de la Historia de España. Fueron 15 años de persecución periodística, judicial y política. Se mancilló su nombre de una forma inmisericorde. «El País» le dedicó 169 portadas, pero no he visto la 170 pidiéndole perdón por esa atrocidad. Es la superioridad moral de una determinada izquierda que es inmoral y su único escrúpulo es ser capaz de servir con diligencia y eficacia a su amo. La única culpa de Camps era ser del PP y, sobre todo, haber derrotado al PSOE. Había que destruirlo, no solo políticamente sino personalmente. En total han sido 10 absoluciones. Eso sí es lawfare utilizando la terminología de la izquierda populista iberoamericana que ha abrazado Pedro Sánchez con el fervor del converso. A Feijóo le corresponde ahora recuperar a Camps, porque es el ejemplo de un político eficaz, coherente e intachable.

La fuerza del sanchismo es la falta de empatía de su líder, así como contar con unos mercenarios que son más eficaces que los famosos hessianos que contrató el Reino Unido para luchar contra los rebeldes coloniales en la Guerra de Independencia. Eran muy respetados por su disciplina, valor y eficacia en el campo de batalla. Estos auxiliares, como legalmente eran conocidos, eran una fuente de ingresos muy importante para unos estados alemanes pequeños y relativamente pobres. En el caso de los sanchistas, son muy bien recompensados por La Moncloa. No se puede hablar de leales, porque recuerdo con gran precisión que fueron sus más feroces detractores y la conversión llegó, casualmente, con el triunfo de la moción de censura. No me refiero solo a los medios de comunicación y los periodistas que defienden a Sánchez, su mujer, sus cesiones, sus mentiras y la amnistía, sino a los políticos socialistas que actúan como robots sin alma o principios.

La izquierda quiere que la derecha sea una oposición domesticada que se limite a aplaudir las grandes decisiones de Sánchez y antes de Zapatero o González, aunque con permiso limitado para hacer algunas críticas menores. Es cierto que a todos los mercenarios de la prensa y la cultura les va muy bien cuando gobierna el PP. Es la consecuencia del complejo de una derecha que le preocupa que le digan que es de derechas. Por eso resulta tan eficaz la estrategia de estigmatización del PP y la apelación a esa internacional ultraderechista que se ha inventado Sánchez. No importa que mienta, que pacte con los comunistas, los antisistema, los independentistas y los antiguos dirigentes del aparato político y militar de ETA o que gestione la economía con la ineficacia habitual, aunque pueda mostrar unas cuentas maquilladas gracias al dopaje de la UE. No importa el escándalo de Koldo y sus amigotes, que Ábalos se haya pasado al grupo mixto o los líos de Begoña Gómez, porque los mercenarios del sanchismo están en la trinchera dispuestos a defender a su líder. No les importa que la amnistía sea inconstitucional y que los independentistas emerjan como los ganadores del relato. No les importa la falta de transparencia, el uso y abuso de los medios públicos al servicio de los intereses personales de Sánchez. No les importa la colonización de la Administración y el sector público empresarial para colocar a los amigos y clientes del PSOE. Lo único que les importa es la recompensa por su ciega fidelidad.

Me pregunto qué hubiera sucedido si las mujeres de Suárez, Aznar o Rajoy hubieran tenido una intensa actividad empresarial bajo el paraguas de una cátedra de investigación con el único aval de ser la esposa del presidente del Gobierno. Por supuesto, respeto su presunción de inocencia, pero ha sido un comportamiento imprudente y éticamente reprobable. Lo peor es que ha sido gestionado de una forma lamentable por La Moncloa, aunque haya contado con el aplauso fervoroso de los habituales mercenarios. Ni un atisbo de autocrítica. En lugar de salir el primer día y zanjar la polémica se han enredado en una maraña de contradicciones que ha acabado siendo un desastre para Sánchez. No hay nada más contraproducente que hacer el ridículo y no le ha hecho ningún favor a su esposa, siento decirlo, erigiéndose en su paladín.

Estamos asistiendo a una huida hacia adelante para esconder las carencias, las mentiras y los errores de Sánchez. Es verdad que intentan presentarlo como un líder, un pacificador y un moderno Hércules que se enfrenta a los enemigos del progreso, pero es un intento patético de unos mercenarios que buscan su propio interés y la supervivencia en sus cargos o emolumentos. La amnistía es un ejemplo de esa falta de principio, ya que es la consagración de la impunidad, los privilegios para unos políticos que cometieron graves delitos y la aceptación de un origen ilegítimo y corrupto para aprobar una ley.

Todos sabemos qué hubiera sucedido con un presidente del Gobierno del PP. La reacción frente a este cúmulo de irregularidades, corruptelas y cesiones hubiera sido brutal. En cambio, tenemos que escuchar o leer a los mercenarios defender lo indefendible e incluso dar lecciones sobre progresismo, radicalidad y liderazgo. No creo que el PP levante el velo cuando llegue al poder, porque no lo hicieron ni Aznar ni Rajoy. Al final pagaron ese exceso de prudencia, porque la izquierda ni perdona ni olvida sus derrotas. Es un resultado de su concepto patrimonialista de entender el poder. Los mercenarios se juegan mucho y no pueden permitir que Sánchez abandone La Moncloa. Por ello, le defenderán sin importarles la corrupción y las mentiras.

Francisco Marhuenda es catedrático de Derecho Público e Historia de las Instituciones (UNIE)