Los perjuicios de la megafonía en el Festival de El Escorial istades peligrosasNam avoludam. Raequos int atam

Los perjuicios de la megafonía en el Festival de El Escorial istades peligrosasNam avoludam. Raequos int atam

Día para muchos recuerdos en el breve Festival de El Escorial. De un lado porque el programa, con Falla y María de la O Lajárraga, recordaba mucho a una Teresa Berganza siempre omnipresente en la villa. De otro, porque ante el espectáculo, este crítico no pudo dejar de pensar en aquello para lo que fue creado el Teatro-Auditorio, lo que fue en sus inicios y lo que es hoy, máxime cuando fue partícipe relevante en aquella etapa. Voy a ir con todo ello.

Unos veinte atriles componían la formación de la Orquesta Carlos III. No eran muchos, pero tampoco como para necesitar un apoyo de megafonía que enturbió sus sonidos tanto como la voz de Diana Navarro. No hay más remedio que emplear megafonía en sitios abiertos como el Festival Starlite, pero en un sitio como el Teatro de El Escorial es innecesario. Pase que la voz pequeña de la cantante pudiera necesitarla, pero entonces, debería ser más ajustada a ella. El desequilibrio de planos con la megafonía vino a estropear el resultado artístico de la propuesta.

Cuando se cumplen los cien años del nacimiento de Lejárraga y 50 años de su muerte, la cantante malagueña Diana Navarro la homenajea en el espectáculo «El amor Brujo», un tributo más que merecido a la obra de esta escritora, sobre todo porque le otorga el reconocimiento del que nunca disfrutó en su tiempo dentro y fuera de España, y por haber jugado un papel tan relevante en el mundo de la literatura. Dos de las obras más representativas y universales del repertorio español, «El amor brujo» y «El corregidor y la molinera» (más tarde conocido como «El sombrero de tres picos») salieron de los encuentros creativos de Manuel de Falla con María de la O Lejárraga y Martínez Sierra, y son ellas las que centraron este recital, con la voz de Navarro acompañada de la Orquesta Carlos III, bajo la dirección de Juan Manuel Alonso. El concierto se completó con dos canciones, de nuevo del tándem Falla y Lejárraga, y las Siete canciones populares españolas de Falla.

La personalidad de Diana Navarro es innegable, su timbre sopranil funciona mejor en el centro que en la parte superior y matizó muy bien algunas de las canciones de Falla, como «Por ver si me consolaba», con pianos y medias voces cautivadoras; en otras, como la Seguidilla murciana se enturbió por la megafonía y en el final, con el Polo, mostró su temperamento. Muy correcta en «El amor Brujo», en donde tuvo un magnífico papel un bailarín cuyo nombre no fue anunciado y que se lució en el manejo espectacular de la mantilla. La orquesta y el director, Juan Manuel Alonso, hicieron lo que pudieron en la lucha contra los elementos.

Uno no puede menos que recordar que se planteó que el teatro llevase el nombre de Teresa Berganza, a lo que ella se negó, al ver la decadencia en la que entró a los cinco años de su apertura. También de cómo él mismo tuvo que aconsejar, afortunadamente con éxito, que tras aquella negativa, se renunciase a bautizarlo con el de su constructor, Alberto Ruiz Gallardón, propuesta que estuvo en pie durante meses.

También quien firma tuvo tiempo para recordar la frustrante reinauguración del Teatro Real en 1997 con «El sombrero de tres picos» –decorados originales de Picaso– y una polvorienta puesta en escena de Francisco Nieva. Yo, como miembro entonces de la Comisión Ejecutiva, había propuesto «La vida breve» y «El amor brujo» con una continuidad escénica de muerte y venganza de Salud contra Paco y hablado con unos entusiasmados Carlos Saura y Elías Querejeta, pero no pudo ser. Pueden leer todo en este enlace de cómo se reinauguró el Teatro Real. Y uno no puede menos que lamentar cómo la política pudo y puede destrozar proyectos.

Pero, volviendo al concierto en cuestión, el público que llenaba la sala salió entusiasmado. La Comunidad de Madrid tendría que animarse a retomar el proyecto inicial del teatro y el Ayuntamiento en asistir al festival y anunciar sus espectáculos en su boletín de las fiestas locales. ¡Menuda descoordinación!

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