En 1618, García Da Silva y Figueroa, embajador de la España de Felipe III en Persia, fue el primer occidental en identificar correctamente las ruinas de Persépolis. La capital del imperio aqueménida (550-330 a.C.), así se autodenominaban los persas de entonces, había permanecido en un olvido relativo desde que Alejandro le prendió fuego en el 330 a.C., cediendo al deseo de la cortesana Tais y como venganza por el incendio de Atenas por Jerjes en la Segunda Guerra Médica. Ese imperio olvidado dio nombre a una excelente exposición del Museo Británico que hace unos años nos visitó en el CaixaForum de Barcelona y nos reeducó la mirada y la sensibilidad hacia la antigua Persia. La escritura cuneiforme hubo de esperar al siglo XIX para ser descifrada y, en general, las historias sobre los persas aqueménidas se escribían a partir de las fuentes clásicas o la Biblia, construidas con tintes de orientalismo y a partes iguales a partir de ficta y facta, conjuras de harén sobre el bárbaro oriental, sobre el despotismo asiático y el Bárbaro por antonomasia: el Gran Rey de Persia.
Los Persas. La era de los Grandes Reyes
Lloyd Llewellyn-Jones
Traducción de Joan Eloi Roca
Ático de los Libros, 2024
479 páginas, 29,95 euros