Los silencios del presidente

Los silencios del presidente

Nadie podrá discutirle el mérito: el presidente del Gobierno ha conseguido llegar a este primer lunes de septiembre sin pronunciar una sola palabra sobre aquellos asuntos que le incomodan. Moncloa ha aprovechado la desahogada excusa de las vacaciones de agosto para apartar a Pedro Sánchez de los micrófonos. Y tampoco ha habido empacho en impedir las preguntas de los periodistas, así en sus actividades públicas en Canarias, como en su viaje por tres países africanos.

Hay dos cuestiones especialmente importantes y delicadas, a propósito de las cuales cabe la posibilidad de que los ciudadanos pudieran tener algún interés por conocer lo que opina su presidente. La primera, en orden cronológico, es lo ocurrido en las elecciones de Venezuela el 28 de julio. Podemos suponer que Sánchez tiene criterio, pero ha pasado más de un mes y aún no nos lo ha comunicado, quizá siguiendo el consejo del expresidente Zapatero, que tampoco nos ilustra sobre este particular, siendo, como es, un experto en la materia desde hace años.

Contrasta esta actitud de Sánchez sobre Nicolás Maduro –de quien se sospecha que ha podido falsear el resultado de las elecciones– con la presteza y firmeza que mostró frente a Javier Milei, cuando el presidente argentino acusó de corrupción a la esposa del presidente español (después de que el ministro de Transportes acusara al presidente argentino de drogarse). Sánchez, rotundo, retiró a la embajadora de España en Buenos Aires. Pero, a fecha de hoy, ni siquiera ha mostrado una mínima preocupación por lo ocurrido en Venezuela. Y han ocurrido muchas cosas.

Días después, Carles Puigdemont ridiculizó a las autoridades al presentarse en Barcelona y volver a Waterloo sin que se cumpliera la orden de detención del Tribunal Supremo. Pedro Sánchez se ha esforzado –y ha demostrado un evidente virtuosismo en la tarea– por mantener un sólido e impenetrable silencio. Su éxito ha sido incuestionable, porque pasan los días y las semanas, y el presidente mantiene su fe en que no hablar de un asunto hace que el asunto deje de existir, o se pueda simular que nunca existió. Y la legislatura va.

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