El partido del Atlético contra el Madrid ha saltado al debate ciudadano por culpa del mejor portero del mundo, un entrenador espectáculo muy imprudente y unos presuntos delincuentes. Y, naturalmente, un club que ha consentido que estos bichos crecieran como champiñones. Es más, lo ha fomentado.
La escena de los jugadores del Atlético aplaudiendo a los delincuentes después de terminar el partido bochorno es sancionable, pero aquí nos olvidamos de todo rápidamente.
El fútbol es pasión. Lloré como un niño cuando Rubén Sosa, el Principito, metió un gol al Barcelona y mi Zaragoza querido ganó una Copa del Rey allí por la edad de piedra. En Zaragoza había un señor muy señor, José María Zaldívar, el Vigía de la Torrenueva (una torre derribada porque decían que le daba sombra a unos caciques).
En un partido, creo que contra el Atlético, lanzó la almohadilla, que entonces eran muy duras e insultó a los jugadores y al árbitro desde el palco. El Vigía daba doctrina en Radio Zaragoza y desde entonces su prestigio cayó y tuvo que pedir perdón públicamente. Dejó de ser el influencer de una ciudad de provincias.
El Real Madrid, que consintió y fomentó a los Ultrasur, se dio cuenta tarde de su error. Pero acabó con ellos. En el Español murió un niño por una bengala lanzada desde la tribuna a la grada. Y así podríamos seguir horas… con varios muertos por el fútbol.
Y el Atlético sin enterarse. Han criado un grupo de locos que tiraron mercheros, pero si pudieran lanzarían bengalas asesinas contra Courtois, o el provocador profesional, y fantástico jugador, Vinicius. Si no reciben un duro castigo el portero, los delincuentes, el Atlético de Madrid y los jugadores que aplaudieron la violencia irá a más.
