Los unos y los otros

Los unos y los otros

Cada vez que se reflexiona sobre la creación de la Unión Europea, aparece inevitablemente como motor el trauma horroroso de las dos grandes guerras mundiales del siglo XX. La constatación de esa influencia ha sido más poderosa y omnipresente este año en la medida que la campaña europea ha coincidido con los aniversarios del desembarco en Normandía. Queda clara la lección aprendida: los enfrentamientos entre naciones europeas solo conducen a enormes carnicerías que favorecen a los autócratas, empobrecen a todos y comprometen el futuro de varias generaciones. La esperanza de que esa lección no se olvide nunca y sirva de cemento aglutinante para todas estas comunidades que llevan siglos compartiendo una serie de referentes culturales es uno de los valores de base sobre los que se ha edificado la relación administrativa que votamos en días como hoy.

La explicación de esas premisas resulta siempre formativa, positiva y coherente. Ahora bien, en el caso particular de los españoles, existe un ángulo ciego en ese relato sobre el que generalmente pasamos de puntillas y no queremos mencionar demasiado. Es el hecho histórico innegable de que nuestra nación no participo en ninguna de las guerras mundiales y se mantuvo cuidadosamente fuera. En los dos casos, nuestra burguesía incluso extrajo puntuales beneficios económicos de la situación en que le colocaba su no beligerancia.

¿Quiere decir eso que los españoles nos libramos del trauma que afectó a Europa y posamos de hipocondríacos de psicología colectiva para quedar bien con el resto? Para nada. Los españoles, que tanto gustamos de hacer las cosas a nuestra manera, tuvimos también nuestra propia experiencia traumática, similar a los dos grandes conflictos europeos, pero más casera, más fratricida: la Guerra Civil. Para embarcarnos en carnicerías, demostramos que no necesitamos crear tensiones con nadie de fuera. Nos bastamos nosotros solos.

Es por ello que la idea de la imprescindible y necesaria construcción europea tiene en España un sesgo añadido que no presenta en otros países. Para nosotros, Europa es la garantía añadida de que siempre podremos recurrir a un árbitro externo para mediar en nuestras disputas cuando se nos vayan de las manos. Valoramos el peso de poblaciones hermanas, guiadas históricamente por la racionalidad, la búsqueda de la benevolencia y la prosperidad pacífica.

La guerra es siempre finalmente permiso para matar por las calles. Que un planteamiento belicista pueda crear además monstruos de liquidación sistemática de la población, como el nazismo, es una lección que los países europeos, inmersos en ambos conflictos, aprendieron en sus propias carnes. Pero nosotros, en España, tenemos un matiz añadido –nada despreciable– que aportar a ese relato histórico. Y es aquel momento en que la polarización entre diversas facciones de nuestro país fue tan exagerada que excedió cualquier medida de la más básica humanidad y el más elemental raciocinio. En el resto de países, ejércitos de uno u otro signo violentaban fronteras, pero aquí se daban escenarios tan delirantes como que representantes de cuerpos institucionales almacenaran armas a escondidas o se presentaran en los domicilios de los representantes elegidos democráticamente para acabar con ellos. Estamos hablando del fracaso institucional más absoluto.

Aquellos que, por edad, aún pudimos hablar con nuestros abuelos (quienes presenciaron los hechos) sabemos perfectamente que todos estaban horrorizados y avergonzados del papel que habían jugado los diferentes elementos y facciones. Hasta los pocos que aspiraban a mantener un relato de orgullo redentorista lo hacían de una manera tan desencajada, tan forzada, que su propia desesperada altisonancia hacía que las generaciones más jóvenes miráramos con desconfianza su versión.

Por eso, por ese matiz hispánico a la salvadora formación de la UE, yo me atrevería a pedir hoy que, votemos lo que votemos, lo hagamos dejando a salvo las instituciones que serán nuestra garantía. Más allá de nuestras excitaciones particulares tendremos así unos instrumentos ocupados en la búsqueda de lo razonable, lo benevolente. Quizá podrán a veces equivocarse. Pero lo importante es que los mantengamos, errores puntuales aparte, en esa dirección de horizonte a la que siempre han de apuntar: la búsqueda de equidad, sensatez y paz próspera.