Mark Evans: así eran AC/DC desde dentro

Mark Evans: así eran AC/DC desde dentro

Las cosas, en AC/DC, nunca han sido muy normales. La banda australiana, responsable de un buen número de monumentos al rock and roll, también es bastante conocida por unas dinámicas internas, digamos, peculiares. Del proverbial carácter hosco y ceñudo de los hermanos Young y de algunas situaciones anormales en el grupo se han contado muchas leyendas, pero ahora les pone testimonio en castellano Mark Evans, quien puede ser considerado el primer bajista de la banda, miembro durante los años cruciales del grupo despedido sin contemplaciones el día de su cumpleaños tras dos años de irregular servicio. Así lo cuenta en «Dirty Deeds, actas profanas» (Libros del Kultrum), sus falibles memorias de aquel tiempo en el que, como él mismo atestigua, se entregó olímpicamente al ejercicio etílico.

El relato de Evans deja a las claras qué clase de grupo eran AC/DC: una especie de hombres de las cavernas del rock, de liliputienses con mucha mala baba. Unos escoceses con graves problemas para socializar y relacionarse privados del don más intrínsecamente humano, el de la comunicación. «Yo solo mido 1,70, pero esos tipos hacían que me sintiera como un atlante, sobre todo Malcolm y Angus. No recordaba haber conocido a alguien más bajo que ellos», relata Evans. Pero lo que más le chocó fue qué clase de afectos prodigan los Young: «Recibí una frialdad en el trato que no había experimentado antes», dice Evans, que entró en la banda en 1975 y participó en cumbres como «T. N. T.», «High Voltage», «Dirty Deeds Done Dirt Cheap» y «Let There be Rock», las piedras angulares de la discografía de la banda australiana. Sin embargo, su contribución musical fue más bien escasa, a juzgar por sus recuerdos y vivencias, mucho más centrado en el alcohol y las proezas de alcoba.

El tercer hermano

De hecho, entre sus mayores aportaciones a la banda se cuentan más amistades pendencieras (especialmente un grupo de basureros hampones de Londres) que ideas para canciones. Sin embargo, su testimonio es valioso, porque estaba ahí para ver el papel decisivo y pocas veces reconocido de George Young, el hermano mayor del clan y la cabeza pensante en el estudio, quien se ocupaba de pulir las ideas más bien rudimentarias de sus hermanos pequeños. Era, además, mejor bajista que el propio Evans y quien le enseñó a tocar, aunque éste no aprovechó demasiado las lecciones.

También es relator de primera mano de las intrincadas personalidades de los hermanos Young: «Malcolm era el planificador, el intrigante, el más impulsivo. El que estaba siempre entre bastidores, despiadado y astuto, mientras que Angus era la cara pública de los hermanos. Siempre me ha desconcertado que a los Young se les haya presentado como dos almas sencillas de una banda de rock; en mi opinión, esa apreciación dista mucho de la realidad. Esos tipos eran, y siguen siendo –Malcolm falleció en 2017–, dos seres muy analíticos y particularmente agudos (…). Como a todos nosotros, puede que les faltara una pátina de refinamiento, la que da una educación formal, pero ambos aprendieron de lo lindo batiéndose el cobre por su cuenta y riesgo». Lo que no se puede negar es que eran casi patológicamente reservados. «Se les atribuyen términos como paranoia o insularidad que me parecen inmerecidos topicazos. No eran los más sociables del mundo. Se vieron arrastrados a una profesión con ingratas servidumbres en las que nunca tenían por costumbre desfilar por los ‘‘besaanos’’ de la industria o caer en el postureo y el famoseo. Y tenían todo mi respeto por ello», cuenta Evans, que no se describe a sí mismo, pero consigna unas vivencias y preocupaciones dignas del cromañón del rock. Con quien realmente congenió el bajista fue con Bon Scott, una personalidad magnética, «un caballero con modales de la vieja escuela pero con un lado salvaje que se manifestaba en cuanto caían los primeros lingotazos. Bon era extrovertido y atento, pero esas bondades se veían eclipsadas con una temeridad que podía rayar en la autodestrucción». El clima lo imponía el núcleo fundador, integrado por los hermanos Young: «No tuvimos más remedio que aceptar los usos y costumbres», confiesa Evans sobre un entorno taciturno «en el que se te negaba la presunción de inocencia». No hay que olvidar que los Young procedían de una familia escocesa emigrante con pocas sensibilidades emocionales. «No era el estilo de Bon, de Phil, ni el mío, pero tuvimos que aceptarlo». Bon Scott era un verso libre, un hombre carismático que se sumía en fases de ensimismamiento rayanas con la depresión. Era también el que mantenía los hábitos más tóxicos.

Evans da valioso testimonio del avance de una bestia parda del rock, desde sus inicios poco conocidos con estética «glam» hasta el proceso de afilado de su sonido, del que responsabiliza a George Young. Su público, originalmente, incluye grupies, una masa social compuesta de «sharpies» –cabezas rapadas de actitudes poco refinadas–, fauna violenta y grupúsculos que no gozan de un gran equilibrio psicológico. Cada noche, ya sea en Glasgow o Manhattan, un pandemonio. Y en una de ellas, Ahmet Ertegun queda paralizado ante aquella bestia sonora difícil de comparar con nada.

El amargo final

El declive de Evans comienza después de un par de malas actuaciones del grupo (no achacables al bajista) tras las que empieza a sentir el desafecto (sí es que había afecto precisamente) de los hermanos Young. Evans empieza a recibir mensajes por terceras personas que hablan de su mal momento en la banda, indirectas sobre su salida del grupo. «¿Por qué vas a dejarlo?», le pregunta Scotty Wright, el tour mánager, un buen día, para asombro del propio protagonista de los hechos. Hasta que le convocan a una reunión sospechosa. Nadie da realmente la cara, aunque todos están ahí cuando el mánager, Michael Browning, le anuncia que quieren contratar a otro bajista. Es el día del cumpleaños de Evans. Nadie articula una palabra. «No es nada personal…», dice Bon Scott.

Después de esa etapa, Evans formó parte de otras bandas, pero cualquier moderado éxito era una nimiedad comparado con la carrera de sus antiguos compañeros. Le costó hacer las paces con su pasado, y más todavía cuando el destino, o puede que sus ex compañeros, le jugó una mala pasada. El Salón de la Fama del Rock & Roll se puso en contacto con él para que formase parte de la formación que iba a ser canonizada en tan exclusivo club de los mejores rockeros de la historia en el año 2003. Sin embargo, apenas unos días antes de la ceremonia, fue avisado de que «no cumplía los requisitos» para ser incluido.

Un sonido único ¿y desafinado?

Coincidiendo con el 50 aniversario, aparecen ahora reeditados en vinilo dorado varios de sus discos: «If You Want Blood You’ve Got It», «Ballbreaker», «Stiff Upper Lip», «Rock or Bust», «74 Jailbreak» y una de sus mejores obras, «Let There Be Rock». Como consigna Evans, buena parte del crédito de aquel discazo debe ser para George Young. «Fue quien perfiló el sonido crudo y flamígero de aquel disco». «¿Y a quién carajo le importa si las guitarras estaban desafinadas? En mi opinión es un auténtico clásico, pero algunos productores considerarían inaceptable esta versión y querrían limpiarla. George, no», relata. «Llevaba la voz cantante en el estudio sin la menor prepotencia. Supo sacar lo mejor de cada uno».