Memorias del desembarco de Normandía, 80 años después: “Fue el apocalipsis”

Memorias del desembarco de Normandía, 80 años después: “Fue el apocalipsis”

Estamos a orillas de la Playa Omaha, uno de los cinco puntos estratégicos del Desembarco de Normandía el 6 de junio de 1944. Con cuidado, nos sentamos en la arena junto a Henri y Simone, dos ancianos oriundos de los pueblos de Vierville Sur Mer et Saint Laurent Sur Mer, que fueron testigos de uno de los momentos más violentos y emotivos de la historia mundial. Henri era un muchacho de 12 años pero relata el Día D como si fuera ayer: «Desde la ventana de mi cuarto pude ver todo. Teníamos una vista al mar bien despejada… y pude ver toda esa armada venir hacia mí. Era todo a la vez… era fantástico y, al mismo tiempo, peligroso. Nos bombardeaban, los cañones de la marina disparaban contra nosotros… Eran miles y miles de barcos que se veían ahí, frente a mí. Todavía los veo en mi mente. Fue algo extraordinario».

Henri sonríe cuando recuerda la extraña mezcla de sentimientos que lo ahogaba esa noche. Temor y entusiasmo. Admiración y muerte. Pero al final, entre el miedo y la fascinación, venció la segunda.

«Teníamos un poco de miedo porque había explosiones por todos lados… las ventanas y las puertas de nuestra granja se desprendieron por la onda de los morteros, el techo se nos caía encima. Pero cuando uno tiene 12 años, se cree inmortal. Aún así, mi abuela –que era una mujer muy creyente- nos reunía a todos para rezar juntos mientras pasaban las explosiones. Sí, había muertos por todos lados. En la playa sobre todo. Primero, vimos caer unos soldados alemanes detrás de nuestra granja… y dos días después, fui con mi abuelo hasta la orilla de la playa, acompañados de un soldado norteamericano. Estaba prohibido pero el militar nos escondió en su carro porque necesitábamos ir a ver a un tío mío que había sido herido por un mortero. Y luego, aquí en la playa, había cadáveres bajo el mar, por todas partes. Había muchos cuerpos cubiertos con tiendas de campaña, vehículos incendiados… era el apocalipsis», remata Henri.

Sentada frente al agua de Playa Omaha, Simone tiene frío. A sus casi 100 años, con una salud frágil, pide un segundo abrigo antes de comenzar a hablar. Le acompaña su fiel amigo Loulou, un pequeño caniche que no se separa de sus pies. La vida de Simone ha estado marcada desde 1944 por el fusilamiento de su padre, ocurrido el mismo día del Desembarco.

En su casa, las fotos de su papá, Desiré, están en cada rincón. Su presencia es absoluta. «Él era de La Resistencia -explica Simone-. Trabajaba para enviar cosas a los ingleses y a los norteamericanos, para preparar el Desembarco. Eso era La Resistencia. Hubo 87 fusilados en la prisión de Caen, el mismo día del Desembarco. Estuvieron un mes en prisión, fueron encarcelados el 5 de mayo y fusilados el 6 de junio. Los fusilamientos comenzaron en la mañana y terminaron en la noche. Nosotros nos enteramos de que habían sido fusilados por los alemanes pero nunca supimos donde los llevaron después. Nunca más los encontramos. Mi papá se fue y nunca más volvió…».

¿Es cierto que usted lavaba la ropa de los soldados norteamericanos después del Desembarco? «Sí, mi hermana y yo lavábamos los uniformes de los soldados. Era nuestro trabajo. Necesitábamos trabajar en algo porque no teníamos cómo mantenernos, no había empleo. Siempre fueron amables con nosotras, nos daban de comer, porque en esa época teníamos escasez de muchas cosas».

80 años después, el recuerdo sigue muy vivo. «La pérdida la aceptamos hace tiempo. Mis hermanos y yo lo superamos porque éramos jóvenes: yo tenía 17, mi hermana 13 y mi hermano menor tenía 3 años, ni siquiera conoció a su papá. Pero mi madre nunca se recuperó. Mi papá tenía 47 años, ella tenía 41. Mamá nunca pudo comprender lo que sucedió y pasó el resto de su vida muy mal, no salía… no vivía. Ahora me gusta venir a la playa, ver la gente, las nuevas generaciones».

La memoria del Desembarco persiste… pero hoy en día, las aguas que se tiñeron de sangre en 1944, reciben a los niños para pasear en bote, a los turistas para tomar el sol o a los deportistas que corren en la arena. Ochenta años después, las playas de Normandía rebosan de vida… y de libertad.