Milan Kundera y la broma comunista

Milan Kundera y la broma comunista

La primera novela de Milan Kundera, «La broma», publicada en 1967, se vendió bien, pero, tras la entrada en Praga de los tanques soviéticos, al año siguiente desapareció de las librerías. Silenciado y maltratado por los comunistas, Kundera acabó desapareciendo también en 1975, privado de su ciudadanía checa, e instalado en París, donde murió el año pasado.

Antonio Lucas recordó así el libro en El Mundo: «Kundera, a risas contra el comunismo». Y así es, en efecto, porque relata las desventuras de un joven comunista que hace un chiste para seducir a una chica, y padece a continuación una desventura tras otra, porque le acusan de «individualista» –lógicamente, el peor crimen para el colectivismo. La historia, que en parte recoge la vida del propio escritor, es a la vez trágica y divertida, pero su gracia revela el horror del comunismo en sus prejuicios, su resentimiento y su estupidez antiliberal. Sin embargo, Kundera, como señaló Cristina Losada en Libertad Digital, no fue un escritor «comprometido», sino al contrario: «lo suyo contra el régimen no era porque quisiera hacer literatura contra el régimen: era porque quería hacer literatura».

Sospecho que Lucas y Losada apuntan al mismo blanco desde posiciones diferentes, porque la clave de Kundera es su liberalismo, que defiende desde sus fundamentos, es decir, destacando la importancia del entramado institucional que protege a la gente y que por eso mismo los comunistas quieren destruir, empezando por ocupar el lugar de la religión, como dice un jerarca del partido: «La gente no empezaría a dejar de ir a la iglesia a casarse o a bautizar a sus hijos hasta que nuestras ceremonias cívicas no tengan tanta dignidad y belleza como las ceremonias religiosas».

Otro ángulo liberal del autor checo es su rechazo al dogma socialista de las leyes históricas, con las que han justificado incontables agresiones contra la libertad. Alude a ello el protagonista, Ludovico Jahn: «Y entonces me di cuenta de mi impotencia para revocar mi propia broma, cuando yo mismo, con toda mi vida, formaba parte de una broma de mucho mayor alcance (para mí inaprehensible) y absolutamente irrevocable».

La historia, en efecto, no tiene leyes sino bromas, y el humor de Kundera desmonta la ridiculez del comunismo presentándolo como otra broma, la más macabra posible, pero broma al fin.

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