No hacer daño a los demás

No hacer daño a los demás

El mundo está dividido por líneas finísimas. Georges Simenon decía que «un asesino es cualquiera de nosotros, un segundo antes de cometer un crimen»; pero sin llegar a la sangre, las fantasías sexuales que todos tenemos (Freud dixit) pueden convertirnos en pervertidos en cuestión de segundos, si se realizan.

La libertad de expresión, que hay que respetar, sin ninguna duda ¿incluye todos los insultos, afrentas y descalificaciones? El caso de Jaime Caravaca, a quien un agresor golpeó tras una declaración suya en X, pasa por la defensa del arte, de la creación, de que no puede existir límite en ese apartado…, pero ¿cuando un humorista, fuera de su espectáculo, contesta a una foto de un padre con un hijo diciendo: «Nada ni nadie podrá evitar la posibilidad de que sea gay, y de mayor se harte de mamar polla de negro. Y de negro obrero, nada de futbolistas. Qué sabio es el tiempo, toca esperar», está haciendo humor?

Partiendo de la sinrazón de tomarse la justicia por la propia mano y más allá de que la reacción del ofendido, Alberto Pugilato, es inaceptable, cabría señalar que ni todo lo que hacen los artistas es arte, ni todo lo que hacen los humoristas es humor. Su «actuación» en las redes, no debería estar enclavada en ese apartado, porque entonces, los creadores no serían tratados como el resto de los ciudadanos; y todos somos iguales ante la ley, según la constitución.

Tras este desgraciado incidente, Caravaca ha pedido disculpas por lo que «pretendía ser un chiste». El agresor y líder de un grupo musical ultra, pero con los mismos derechos y deberes que cualquiera, salvo que se salte la ley, las ha aceptado diciendo «defiendo la liberta de expresión de la misma manera que defiendo el derecho a responder».

La reflexión es del propio Caravaca «aparquemos la violencia y dejemos un buen mundo para que las personas crezcan libres». Ojalá. Pero sepamos que la libertad de cada uno termina en la del otro. Y que las normas sociales de educación y respeto establecen que la elegancia, como decía el cardenal John Henry Newman, es «no hacer daño a los demás».