“No me renta ir contra el Madrid, bro”

“No me renta ir contra el Madrid, bro”

Varios niños que no han superado primaria patean un balón en un parque ajenos a los más de 30 grados que caen en este Madrid isidril y disfrutón. Están a las puertas de la jornada intensiva, esa antesala de las vacaciones. Pero eso les importa entre poco y nada. Lo contrario que a sus padres. Uno, con la camiseta del City, de Haaland, pobrecito él, suelta: «No me renta ir contra el Madrid, bro». Y sigue jugando con una entrega como si estuviera en Wembley. No he escuchado en el argumentario del antimadridismo más resignado una frase con más peso antes de una final de la Champions. La podría firmar Laporta en la parte baja de la lona que estuvo cerca del Bernabéu.

Podía explicar a los niños que uno de los delanteros del equipo, Joselu, el héroe ante el Bayern, fue poco menos que uno de ellos hace dos años en la final de la Decimocuarta. Fue un hincha más ante el Liverpool en París. Se sacó selfies en la Torre Eiffel, se comió las colas de acceso a Saint Dennis y celebró el título vestido con la camiseta de su cuñado, Carvajal. Es uno de los relatos que acompaña a este Real Madrid que a falta de rivales en España se ha empeñado en volver a ganar la Liga de Campeones. Lo de LaLiga ha sido tan sencillo que hasta ha sabido a poco.

Hay dos generaciones de madridistas que desconocen lo que es perder una final de la Copa de Europa. A muchos les cuentas que el equipo estuvo 38 años sin ganar la «Orejona» y te miran como si les estuvieras intentando vender la Ley de amnistía. El Madrid no se cansa de demostrar que se pueden ganar finales por muchas vías y de muchas maneras. Lo que para algunos es un defecto, una falta de principios, se convierte en una virtud indiscutible. Adaptarse es sobrevivir, vencer y ver cómo el otro cae. El Madrid hace de la resiliencia, un concepto tan manoseado, un patrón en su forma de comportarse. Y la mejor prueba estuvo en Mánchester, otro de los relatos de esta Champions, el más conmovedor sobre el césped. La remontada ante el Bayern tuvo cierto carácter previsible y eso sólo habla de la grandeza que rodea al equipo en su competición. Para el Madrid, lo cojonudo es ganar y pensar en la obligación de seguir ganando.

Cuesta imaginar que la final de Londres supere lo que se vivió 324 kilómetros más al Norte hace casi dos meses y medio. El madridismo pata negra, no el equipo, afronta el partido con una mezcla de cautela y nerviosismo. En los madridistas de las últimas siete Copas de Europa hay un optimismo que tiene justificación histórica.

Enfrente hay un antagonista inesperado, el Borussia Dortmund. En Alemania se apunta a que el Madrid en algún momento del siglo tendrá que perder una final de la Champions. La lógica dice que sí, pero también hay quien no perdió una final nunca como Michael Jordan o Rafa Nadal en París. Al niño de la camiseta de Haaland le quedará un consuelo: el domingo, pase lo que pase, volverá al parque.