Noches del Botánico, un jardín con estrellas

Noches del Botánico, un jardín con estrellas

Mientras mantenemos la charla, una familia de patos atraviesa en fila india el Jardín Botánico de la Universidad Complutense. Estamos en un oasis en la ciudad, un microclima donde cada árbol y cada especie tiene un nombre y una etiqueta. «Nosotros influimos en el respeto máximo al jardín, lo cuidamos porque es la casa de nuestros sueños», dice Julio Martí, codirector artístico de Las Noches del Botánico, el ciclo de conciertos de la ciudad que todo amante de la música conoce. El festival alcanza su octava edición (dos más, si contamos el Mad Garden original) y que se ha convertido en una cita ineludible, en buena medida, gracias a su ubicación privilegiada y su programación exquisita. «Solo molestamos a un vecino: el presidente del Gobierno, porque el sonido del escenario va directo a Moncloa. No hemos recibido quejas», ríe Martí. El festival cuenta las horas para levantar el telón, hoy 4 de junio, con Mitski. Después vendrán nombres como Queens Of The Stone Age, PJ Harvey y The Jayhawks, entre muchos otros.

El lugar tiene la reverencia de los organizadores. «Hacemos todo lo necesario por él. Siempre destinamos una partida de presupuesto para ayudar al entorno. Este año nos han pedido una pajarera nueva y la estamos haciendo, no tenemos el menor inconveniente», dice Ramón Martínez, codirector de producción y organización, que acaba de hablar con un equipo que supervisa la poda de uno de los árboles, que se ha inclinado en los últimos días. Martí revela la obstinación con su cuidado: «Ramón se pone a regar a las dos de la mañana, cuando el público se va», y se encoge de hombros. «Es que hablamos de dos meses de pura dedicación. Cuando tienes un día libre, te acercas a ver qué se puede hacer porque lo vivimos intensamente», dice sobre una programación que, este año, presenta solo cuatro días vacantes a lo largo de sesenta, una auténtica maratón a prueba de vocaciones.

La confección del cartel, es, cómo no, una de las claves de esta edición y el gran desafío de cada año. «Hicimos hasta 40 listas diferentes, porque hay nombres que tienes cerrados y te cancelan, otros que de repente aparecen… Creo que el festival ya tiene un nombre internacional y un prestigio. Hay artistas que piden venir expresamente al Botánico», dice Martínez. «Nos ha pasado con Simple Minds y Tom Jones, que no agotaron entradas ni de lejos en su primera vez, y ahora los dos están agotadísimos. Eso pasa porque ese público no solo disfrutó, sino que le ha dicho a todo el mundo que venga. Y eso nos pasa a favor. Porque aquí se goza, lo sabemos», dice Martí. Del escenario a la grada hay apenas 25 metros, no esas distancias imposibles del Bernabéu y otros festivales. «Tú ves al artista sudar y él sabe si estás cantando en la grada».

Entre las incorporaciones más sonadas está la de Queens Of The Stone Age, que deseaban hacer salas y recintos pequeños después de reventar festivales por el mundo. Conseguirles es hacer una cuenta. «Tal precio de entradas, tantas localidades, podemos pagar tanto. Y lo tomas o lo dejas. Está el que te pide que subas el precio, pero nosotros pensamos mucho eso antes de aceptar. Porque no nos gusta subirlo», dice Martí. «El mercado nos lleva a situaciones como ir a pérdidas. Si tienes 50 shows, pues concedes perder algo de dinero en dos, estás dispuesto a hacerlo. El que haya competencia y un cabeza de cartel te hace un efecto de tracción mediático. Pero eso pasa en doble sentido, lo digo con honestidad. Cuando un artista quiere venir pero a nosotros no nos gusta, lo aceptamos porque nos va a dar beneficio».

Este año se ha escapado Van Morrison. «Le hicimos una oferta ¡y nos contestó la semana pasada para decir que no! Si llega a decir que sí no habríamos podido meterle», ríe Martí, que apunta a ofertas mucho más lucrativas desde otros eventos.

Los codirectores del Noches del Botánico han probado por primera vez el amargo sabor de las críticas en redes después de muchas ediciones de parabienes. No ha sido por una metedura de pata o por una mala gestión, sino por la fiebre del público y la frustración de quedarse sin entradas. «No estábamos preparados emocionalmente para ello. Siempre nos han dicho cosas muy buenas y ha sido raro encontrarnos con el insatisfecho, pero había demasiada demanda para algunos conciertos», dice Martínez sobre casos como los de Queens Of The Stone Age y PJ Harvey, que se agotaron en minutos. «Nosotros hacemos el ticketing responsable. Ni precios escalados, ni esas cosas obscenas que hacen. Al público de Luis Miguel le han engañado, por ejemplo. Ha habido gente que ha pagado para la primera noche cinco veces más que lo que valía, porque ahora, el segundo concierto –en el Bernabéu– no está lleno y han bajado los precios. Y claro, ¿cómo le explicas a la gente eso? No puedes hacer que la gente entre en una subasta de entradas. Nosotros no hacemos eso ni impedimos que la gente entre con agua y bocata. Ni se nos pasa por la cabeza», apunta Martí.

Las novedades de este año ya son menores. Y es que una vez que la obsesión por el detalle y el perfeccionamiento ha alcanzado unas cotas «de pejigueros», como se autodefinen, quedan apenas minucias por mejorar, pero ahí están. El festival, que ya ha eliminado los chirridos de las pisadas por el graderío metálico (ejem), ahora lo ha resuelto en la parte trasera. El escenario ha crecido dos metros para mejorar la visibilidad de los laterales. La instalación eléctrica, que prescinde de generadores,

«Siempre hay novedades, pero cada vez menos, porque hemos llegado al culmen de lo que se puede ofrecer», dice Martí. El festival ha instalado más de 40 cámaras de videovigilancia, adelantándose a la normativa que está por llegar, para asegurarse de que sea un entorno seguro. «No puedes poner a nadie en peligro», dice Martí. Todo está preparado para que, de las hermanas Morente a Pixies y de Salif Keita a The Cult, Pretenders, Tom Jones, Chucho Valdés y María José Llergo, entre muchos otros, el Botánico se ilumine de estrellas.