Nuestro Papa

Nuestro Papa

Aunque soy tan charlatán como cualquier mujer y a veces mariconeo más que mis amigos homosexuales, quiero confesar aquí la simpatía incondicional que siento por el papa Francisco. Claro que esta admiración tiene que ver con la labor que ha hecho para humanizar su Iglesia. El Vaticano es hoy un punto de solidaridad con los necesitados del mundo, más que un aliado de los perros internacionales de presa que desatan guerras y justifican autoritarismos o desigualdades. Este cambio en la espiritualidad del Vaticano, desde luego, lo agradezco. Pero también pesa mucho en mí el amor que siento por mis mayores, el gusto comprensivo con el que suelo escucharlos. De las historias inolvidables que saltaban desde la butaca de mi abuela, pasé a las conversaciones con los antiguos poetas republicanos y a los recuerdos compartidos con hombres y mujeres que habían soportado en clandestinidad la lucha contra la dictadura franquista. Vivir es hacerse poco a poco, y yo me he hecho a mí mismo gracias al deseo de escuchar a mis mayores y de saber distinguir entre el grano y la paja.

Seguir leyendo