Oasis

Oasis

Se ha desatado la euforia, el despliegue informativo, los epítetos disparatados, pero recuerdo perfectamente ver a Oasis en el Festival de Benicàssim sumido en un mar de indiferencia. A mi alrededor, la marea humana miraba a los Gallagher como a personajes de una comedia de situación, como unos teleñecos pagados de sí mismos tocando un montón de canciones intrascendentes. Temas que ya no le decían nada a nadie y que sólo esperábamos que terminasen para que llegase el turno de los cuatro o cinco clásicos instantáneos que, neciamente, se resistían a tocar. Por aquel entonces, Oasis eran carne de tabloide y de discos de relleno. Aquella noche en el FIB hicieron gala de un especial desinterés ante una parroquia mayoritariamente británica y se doctoraron en bordería. Ya antes de separarse y mucho más luego, tanto los seguidores como los detractores de los hermanos de Manchester al menos coincidían en algo: son, digamos, difíciles de tragar. Un mes después de aquella noche, disolvieron la banda. Y menos mal: de haber seguido por donde iban, habría hecho falta un blanqueamiento mayor que el perpetrado con La Oreja de Van Gogh para rehabilitarlos.

Oasis vuelven descaradamente por la pasta para desempolvar sus hits y un torrente de nostalgia. Ni se plantean sentarse a componer juntos, bastante tendrán con aguantarse. Lo hacen porque la música se ha convertido en esa cultura del acontecimiento, del «yo estuve allí» y se van a hacer de oro con 14 jornadas de trabajo. Bien por ellos. En el fondo, vivir del brillante pasado es lo que llevaban haciendo por separado pero ganando mucho menos. Yo tuve las cintas (de los dos primeros discos, los demás, no) y quedé prendado de esa forma de tocar y de cantar. Eran dos chicos de clase obrera haciendo canciones magistrales con olímpica desgana, una manera de escupir en las promesas de futuro que ya hemos visto fracasar. Lástima que se olvidaron de lo primero y se quedaron con el molde de lo segundo. Aunque sea por una vez, a muchos nos encantaría volver a escuchar esos temas a toda potencia con esos dos cenutrios tocando en directo y arrastrados por un karaoke masivo. Decía Mark Fisher que esa nostalgia del pasado es la cancelación de nuestro futuro. Sin estar de acuerdo del todo con Fisher, yo pienso que, además, es en vano: de nada sirve regresar a un dónde posible cuando lo que anhelas es volver a un cuándo quimérico. Escucho esos discos de nuevo y la verdad es que no sé qué me pudo gustar en su momento. Probablemente no queda nada tampoco en mí de aquel tiempo. Solo un difuso sentimiento de añoranza. Que suena y huele como un montón de millones.

Please follow and like us:
Pin Share