Óscar Puente, el vocero para todo de Sánchez

Óscar Puente, el vocero para todo de Sánchez

Es el ministro para lo que le ordena Pedro Sánchez. Una especie de chico de los recados de su gran jefe. El ministro de Transportes y Movilidad Sostenible, Óscar Puente Santiago, habla de todo y contra todos menos de lo que le compete: el caos ferroviario imperante. Mientras en plena canícula estival media España se achicharra en unos trenes paralizados, los viajeros se desesperan sin climatización adecuada que les lleva a romper las ventanas, los retrasos se acumulan, el colapso de nuestras infraestructuras se desborda y la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, denuncia más de quinientas incidencias en los vagones y estaciones de Cercanías en la capital, el ilustre vallisoletano, a quien no le gusta ejercer como nacido en esa provincia, cuna por cierto de cultura y lengua castellanas, arremete con furor contra el PP, los jueces, el Tribunal Supremo y los periodistas que no le gustan.

Causa sonrojo contemplar el dislate oratorio de un ministro del Gobierno de España, cuyos únicos méritos radican en su fidelidad servil a Pedro Sánchez, opinando de todo menos de su responsabilidad frente a un fiasco lleno de contradicciones. Una clara incompetencia sin una solución definida, que Puente enmarca en una «lista negra» de medios de comunicación y magistrados no afines a los que se permite amenazar bajo el más puro estilo chabacano. «Cuidado, prietas las filas que va Puente a por vosotros», advierten veteranos dirigentes socialistas al líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, jueces y periodistas críticos ante este gran y vocero atolondrado del «sanchismo».

Con sumo respeto, y sin querer ofender al señor ministro de Transportes, resulta chocante su comportamiento. Mientras el caos ferroviario se mantiene, pongo como ejemplo el de un amigo cercano que ha tardado más de siete horas en un trayecto desde una localidad andaluza hacia Madrid sin explicación alguna, al señor Puente le incomodan las imágenes sobre su tranquila jornada de golf en un selecto club alicantino. Se desconoce cómo se desplaza el ministro a la costa levantina, pero es de suponer que no en tren, sino en su confortable coche oficial. Lógico, el parque móvil gubernamental a costa de los contribuyentes está para eso. Mientras llegaba al campo en su «buggy» y avistaba el tercer hoyo, le molestó la pregunta de otro golfista: «Oiga ministro, ¿dónde está Puigdemont?». Según testigos presenciales le fulminó con la mirada y con su habitual tono chulesco respondió: «Pues tú sabrás». El avezado deportista replicó, «Ah, lo tenéis todo pactado». Ante lo cual, las iras del ministro se desataron y se marchó, según los mismos jugadores presentes, con esta frase: «Era el tonto del día». Magnífica prueba del diálogo y la libertad de expresión que él reclama para los políticos, pero niega con vehemencia a los jueces y periodistas no al servicio de la poderosa maquinaria monclovita.

En una decisión impropia, el ministro de Transportes, alberga un dosier con cientos de columnas en las que, a su juicio, se le denigra gravemente. «Tengo muchos folios dedicados a insultarme», dice el ministro entre los que detalla calificativos tales como «sectario, agresivo, chabacano, machista, faltón, provocador y parroquiano de taberna». También denuncia que se meten con su físico y le llaman «feo», lo que admite con humor frente a su amigo Pedro Sánchez, al que califican de «guapo».

Olvida el ministro que él tampoco se queda corto en sus perlas dialécticas desde que se subió a la tribuna del Congreso durante la investidura de Alberto Núñez Feijóo. Aquel día protagonizó una intervención zafia como fiel telonero del gran jefe Sánchez, de quien Óscar Puente ejerce como auténtico «brazo armado». De manera que siguiendo las consignas del presidente se lanzó a la yugular de Feijóo con un estilo barriobajero y macarra. Pinchó en hueso, pues el líder del PP tuvo una alocución brillante y sosegada, en la que no entró al trapo de los ataques de un diputado con vulgar lenguaje, tanto que en su día la entonces número dos del partido, Adriana Lastra, le retiró el papel de portavoz del PSOE por sus maneras ofensivas.

Por sus méritos sumisos, el exalcalde de Valladolid fue recuperado por su amigo Sánchez como ministro de Transportes en medio del escándalo del «caso Koldo», con la defenestración de su antecesor José Luis Ábalos. Puente es un político tosco y belicoso, escogido por Pedro Sánchez para desestabilizar a Núñez Feijóo. Aquella sesión pasará a los anales de la historia parlamentaria porque el líder gallego no se inmutó y le puso en su sitio con tan solo dos frases fulminantes: «No caeré en un club de la comedia lamentable», enfatizó el candidato del PP a la investidura. Óscar Puente regresó a su escaño escaldado, aunque coreado por los aplausos de la bancada socialista, bien pagada y adoctrinada. Desde entonces, coleccionista de su «lista negra» de periodistas, no deja títere con cabeza. Ahora, como un jurista de dudoso prestigio, arremete contra el Tribunal Supremo y hace una interpretación descabellada de la Ley de Amnistía. Si tanto alardea de sus veinte años como abogado debería saber que su norma de conducta es ejercer el derecho de defensa con todo rigor y respeto hacia los tribunales. A tenor de los hechos, la definición de jurista y el cargo de ministro de Transportes parecen venirle muy grandes, tal como incluso algunos compañeros de partido opinan.

Óscar Puente Santiago nació en Valladolid, donde estudió Derecho, y fue su alcalde durante ocho años, nunca se ha caracterizado por su contención dialéctica y han sido sonadas sus polémicas, como cuando protagonizó una gresca con un viajero en el AVE hacia Madrid el día de la investidura de Sánchez. En su etapa como regidor también tuvo enfrentamientos con algunas concejalas de la oposición, que le tildaban de «Barriobajero y machista». Un perfecto servidor de su señor.

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