París y el temor de la resaca olímpica

París y el temor de la resaca olímpica

La eterna fama de pesimistas que tienen los parisinos quedó expuesta sin complejos días antes de que arrancaran los Juegos: una ciudad preparándose para el caos en los transportes, quejas constantes por restricciones de movilidad y temores por la amenaza de un atentado propiciados por la celebración de un evento de magnitudes similares a París 2024. Y sin embargo todo esto se desvaneció desde la ceremonia de apertura. El espíritu olímpico hizo su magia con los parisinos y mira que no era tarea fácil.

 

Los Juegos han abierto un periodo de tregua a distintos niveles de la sociedad francesa que se nota en la calle. La bronca política quedó al margen y la insatisfacción y la queja dieron paso a la euforia por los éxitos de la delegación francesa, con una histórica cosecha de medallas que ha contribuido a hacer de estos Juegos algo memorable con el nadador Léon Marchand convertido en nuevo ídolo nacional. Sus medallas han sido celebradas por multitudes en plazas de todo el país.

Tampoco el otro gran temor que planeaba sobre estos Juegos, el de las tensiones internacionales con múltiples conflictos abiertos desde Próximo Oriente hasta Ucrania, ha llegado a perturbarlos. Se temían ciberataques rusos contra infraestructuras y grandes operaciones de injerencia o desestabilización en los días previos al arranque. Se había incluso desarrollado un dispositivo específico en este sentido. Nada de ello ha sucedido. Y en este caso toma todo su sentido aquello de «no news, good news». De hecho, las batallas ideológicas en torno a ciertos pasajes de la ceremonia inaugural o la feminidad de la boxeadora Khelif han sido las controversias que han marcado los Juegos más que las tensiones por Ucrania o Israel y Palestina. El único acto perturbador de calado fue el sabotaje de los ferrocarriles de alta velocidad el día de la inauguración y la pista privilegiada por el ministro del Interior, Gérald Darmanin, señaló hacia dentro de Francia, en concreto a grupúsculos de ultraizquierda contrarios a la organización de los Juegos Olímpicos.

Las autoridades francesas consideran que París 2024 ha sido una prueba superada en los grandes retos de seguridad, movilidad y logística. Si acaso, el único punto negro de los Juegos ha llegado con las continuas polémicas sobre la calidad del agua del Sena, con resultados de análisis contradictorios y varios entrenamientos de la prueba de triatlón suspendidos aunque, finalmente, las competiciones se celebraron. La promesa de legado olímpico de que los parisinos puedan bañarse en su río a partir de 2025 crea bastantes suspicacias con la inversión de 1.400 millones de euros en la limpieza del Sena. Pero la euforia olímpica también ha ayudado a borrar esto. Otro legado de vital importancia es el de los efectos que estos Juegos tengan en el desarrollo de Saint Denis, el departamento más pobre de la Francia metropolitana. Si ayudarán a aliviar la fractura social de la banlieue, esos extrarradios multiculturales desfavorecidos que explotan cada cierto tiempo. El tiempo hará de juez.

Pero si hay un legado concreto y real del que ya podemos hablar, es el pebetero olímpico que ha causado auténtico furor en el Jardín de las Tullerías cada anochecer con miles de parisinos fotografiando la ascensión del globo aerostático convertido en icono de estos Juegos. Iluminado por una llama eléctrica, no contamina y fascina al mismo tiempo. Sin que nadie lo viese venir, la capital francesa se ha inventado un monumento nuevo, y de repente se hace difícil imaginar la ciudad sin él. La alcaldesa Anne Hidalgo ya apuesta porque se quede incrustado en el paisaje parisino como sucede con el Louvre, la Torre Eiffel o Notre Dame.

La pregunta que ahora los parisinos y buena parte de Francia se hacen es: ¿y qué sucederá desde este momento? ¿El efecto olímpico se desvanece tan pronto como la competición se acaba? ¿No hay nada de él que pueda dejar impronta en la vida política y la sociedad francesa?

Hay un antecedente con demasiados paralelismos y es reciente: Londres 2012. Los días previos a aquellos Juegos Olímpicos estuvieron dominados por las quejas y el pesimismo. Después llegó la fiesta y la armonía a partir de una ceremonia inaugural inolvidable, pero todo se truncó al acabar e incluso llegó la tragedia del Brexit. Ahora, una Francia en plena resaca olímpica se pregunta si la vuelta a la dura normalidad es inevitable con los problemas habituales del país (las fracturas sociales o la parálisis política) o si el paréntesis de los Juegos puede dar para soñar con la «grandeur», al menos, un poquito más.

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