Paula Bonet se mira en el espejo de la pintura

Paula Bonet se mira en el espejo de la pintura

Paula Bonet nos invita a una celebración de la pintura, de una manera personalísima de entender el arte en una imponente exposición que desde hoy puede visitarse en el Museu Can Framis de la Fundació Vila Casas, en Barcelona. «La anguila. La carne como pintura y la pintura como espejo» es el título de esta exposición que es una pieza más de un proyecto que también se tradujo en un libro de corte autobiográfico llamado precisamente «La anguila», publicado por Anagrama en 2021, así como una gran exposición, el mismo año, en el Centre Cultural La Nau de la Universidad de Valencia.

La muestra recoge numerosa obra reciente e inédita de la pintora que se deshace de la Paula Bonet que muchos siguen teniendo en la retina. Es el fin de un ciclo que se complementará con la retrospectiva que el mes que viene dedica el Museu d’Art de Girona a Roser Bru, la autora catalana y chilena que ha sido uno de los grandes referentes de Bonet.

«Este es un proyecto con muchas patas», explicó ayer Bonet durante la presentación en Can Framis, agregando que lo que podrá contemplar el visitante de la exposición es «un golpe en la mesa y un mirarse en el espejo. Parte de mi propia experiencia, es decir, es autobiográfica, pero hay mucho más».

El conjunto de piezas, que puede verse hasta el próximo 19 de enero, se estructura en tres apartados –herencia, carne y pintura– a lo largo de seis salas que se complementa con puntos sonoros en los que resuenan algunos fragmentos de la novela «La anguila» leídos por la misma Paula Bonet.

El recorrido se inicia con algunos de los óleos de la serie «La herencia», en los que se reflexiona sobre la maternidad que no pudo ser, el horror provocado por abortos naturales, algo que la artista finalmente trata de llevar a otro nivel imaginando a esa hija no nacida y a la que ha puesto el nombre de Júlia y que este año habría cumplido ocho. En esta pintura, la niña que no fue desaparece a la vez que la misma Paula Bonet recupera su vida.

Precisamente Júlia es quien podemos ver en un gran óleo de dos metros por dos metros porque una de las virtudes de esta exposición es que también nos rescata a la Paula Bonet pintora de formatos impresionantes y que atrapan al momento a quien camina por las salas de Can Framis.

Bonet nos hace partícipes de su amor por la pintura y lo que conlleva, es decir, la aprender a mirar, entender que la realidad no es tan fácil como podemos pensar en un primer momento. Como ella misma escribe en «La anguila» «hay placer en “pintar bien” y en “pintar mejor”, pero lo que hace que una sepa que va a seguir pintando es que la materia pasa de ser un bien de consumo a algo mucho más complejo. Eso es la pintura. Una revelación».

Esta es una exposición que nos interpela, que se dirige directamente a nosotros, que no quiere espectadores. Como diría Lorca si visitara Can Framis, «Hay que dejar el ramo de azucenas y meterse en el fango hasta la cintura para ayudar a los que buscan las azucenas». De esto va la cosa: de que nos metamos en ese fango del que seguramente surgirán azucenas. Bonet se mira en ese espejo de la pintura y nos brinda la oportunidad de que nosotros también entremos en ese reflejo. Probablemente para alguno sea una propuesta incómoda al cuestionar algunos de los preceptos del patriarcado, con su crítica feroz a la violencia que sufren muchas mujeres. Pero es que ese es el papel del arte: abrirnos los ojos.

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