Pintor, marica y libertaria

Pintor, marica y libertaria

Aunque detesto esa permanente lectura generacional con la que ahora se observa cualquier acontecimiento y que va a terminar por meternos a cada uno en la casilla de la edad, hay que reconocer que el mito de Ocaña, José Pérez Ocaña, impregnó como un rayo iluminador a una juventud que quería librarse de la ética severa de la progresía antifranquista. Ocaña era tan moderno que viendo el documental que, con justicia, le ha dedicado Imprescindibles es difícil creer que naciera en 1947 porque su manera de expresarse, incluso la manera de vestir, más allá de cuando iba travestido, podría ser la de un joven fantasioso de ahora. Los que no paseábamos por las Ramblas supimos de Ocaña por la película de Ventura Pons que retrató al pintor que no se conformaba con el lienzo sino que extendía su necesidad de expresarse a la calle, a enseñar el culo y la polla después de haber cantado Ojos verdes. No era un representante del underground sino alguien que quería sacudir de olor a rancio la cultura popular que había mamado de chico, en Cantallana, el pueblo de Sevilla en el que creció y en el que recibió los primeros correctivos por ser niño marica y no ocultarlo; pero nunca renunció a ese mundo de vírgenes barrocas, de imaginería religiosa que con mayor o menor obscenidad trasladó a su presente con una devoción irrenunciable por la dramática cultura popular que lo hermana con Lorca en el sentir y con Chagall en la pincelada.

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