Donald Trump tenía un plan para Oriente Próximo, pero ni siquiera sabía en qué consistía. Lo sabía muy bien Benjamín Netanyahu, viejo amigo de los Kushner y sobre todo del hijo, Jared, el marido de Ivanka y yerno del presidente. A Trump solo le interesaba el resultado: una foto en el jardín de la Casa Blanca donde pudiera firmarlo solemnemente con dirigentes árabes y palestinos, como habían hecho anteriores presidentes. Y luego, el Premio Nobel de la Paz, galardón para el que contaba con los servicios de un gris parlamentario noruego de extrema derecha dispuesto a presentar su candidatura, tal como hizo en dos ocasiones con similar éxito: una por su fallido intento de desarme de Corea del Norte, con sus tres encuentros en la cumbre y sus cartas de amor a Kim Jong-un. El otro, por los Acuerdos Abraham, así denominados a pesar de las insinuaciones presidenciales para que se llamaran Acuerdos Trump.
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